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Por otro lado, el lóbulo prefrontal (formado por el área orbitofrontal, el área dorsolateral 25
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y el área ventromedial) , que está situado en la frente. Es el encargado de la función
ejecutiva: la capacidad de planificar, organizar y regular nuestra conducta en función
de una meta que se quiere conseguir. Esta función nos permite inhibir y controlar
tendencias o impulsos nocivos, modificar comportamientos y controlar la atención. Es
también la responsable de la memoria de trabajo y la que nos proporciona flexibilidad
mental para elegir nuevas alternativas en la resolución de problemas. Gracias a la
función ejecutiva podemos vincular motivaciones presentes a objetivos futuros, es
decir, establecer metas a largo plazo. A su vez, es la que permite hacer renuncias (ser
capaces de decir no) a recompensas inmediatas en favor de otras metas más valiosas.
Esquema del lóbulo prefrontal (Database Center for Life
Science - Wikipedia Commons / CC BY-SA 2.1 JP)
Estas dos áreas del cerebro han de trabajar de manera cooperativa para poder desarrollar
buenas competencias emocionales. Una vez que el sistema límbico detecta una emoción
(peligro, miedo, atracción sexual, etc.), es el lóbulo prefrontal el encargado de decidir
qué reacción tener, sopesar los pros y los contras y ejecutar la conducta adecuada
(huida, defensa, ataque). Es decir, es el encargado de regular las emociones.
Cuando estas dos zonas cerebrales no se asocian correctamente, actuamos
impulsivamente sin pensar las consecuencias o tenemos reacciones desmesuradas,
fuera de lugar.
4 Quintero, J. (2018). El cerebro adolescente, una mente en construcción. Emse Edapp S. L.