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a cualquier otro hecho. Ahora, con el centenario del nacimiento del director, es una                35
            extraordinaria ocasión para volver a una película que marcó un antes y un después en
            la cinematografía española.


            Apenas un año después, Bardem, que atraviesa uno de esos momentos que en los
            creadores surgen con total plenitud, se embarca en el rodaje de Calle Mayor, basada en
            una obra de Carlos Arniches, La señorita de Trévelez. El director le da un vuelco al guion
            y se adentra en la más certera, rotunda y brillante denuncia de la situación de la mujer
            en la España de los años cincuenta del siglo pasado –y concretamente en una capital
            de provincias. La película es en el fondo «una broma de casino», y algo de ello alimenta
            la primera escena –con una broma de muy mal gusto cometida sobre un anciano. Es
            la marca que señala lo que vendrá. La broma de casino, de unos señoritos: ahí Bardem
            incide en su crítica a esas burguesías locales de tipos ociosos, sin más perspectivas
            de vida que la burla, el chascarrillo y reírse de los débiles, para mostrar la soledad, el































            Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956)



            dolor, la marginación y el estigma social de una joven soltera Isabel (conmovedora la
            actuación de la norteamericana Betsy Blair).


            Entre los ociosos surge la idea de que uno de ellos seduzca a Isabel, bajo la mentira
            de estar enamorado. Es un desafío, y estos sinvergüenzas no tienen reparos en decidir
            quién de ellos se prestará al engaño. Juan (papel que encarnó José Suárez con
            imponente estilo) será el que asuma el rol de pretendiente. Se materializa la crueldad
            y la cobardía entre los que se supone son la flor y nata de la población, se muestran
            hábitos sociales surgidos de una visión de la mujer tradicional y represiva. Sí, lo que
            destaca en la película, más allá de esa miserable broma contra Isabel, es el pobrísimo
            horizonte moral que constituye el norte y el sur de las vidas de los señoritos de casino.
            Centrada esa pobreza en la situación de la mujer: o se casa o « se queda para vestir
            santos», no hay alternativas.
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