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34      Muerte de un ciclista narra la forma en que, a veces, el destino te pone la zancadilla, y
               las consecuencias que se derivan de una determinada manera de actuar. María José
               (una impecable Lucía Bosé) es amante de un profesor universitario, Juan Fernández
               (Alberto Closas, como siempre ofreciendo una interpretación sólida y verosímil). Mientras
               viajan juntos en el coche de Juan, se produce un atropello a un ciclista. La cuestión
               que se plantea ya en las primeras imágenes es de razón humanitaria: atender al herido.
               Pero ahí surgen las dudas. Se acercan y Juan pronuncia: «está vivo». Se alejan. Temen
               que si tuvieran que llevarlo a un hospital tendrían que declarar quiénes son. Y son
               amantes, algo prohibido, castigado, que arruinaría la reputación social –el gran asunto
               de la película, la hipocresía de unos comportamientos supuestamente inmaculados,
               como era la institución del matrimonio. La muerte del ciclista genera la incertidumbre,
               alimenta la mala conciencia. Bardem logra, en el decurso de la película, adentrarse en
               lo más íntimo de ambos personajes, en el desvanecimiento psicológico que su acción,
               o mejor, su huida ante el herido provoca.































               Muerte de un ciclista (Juan Antonio Bardem, 1955)



               María José, dama de lo más granado de la burguesía madrileña, teme que salga a la
               luz, no sólo su relación con Juan, sino las consecuencias del hecho. Aparece otro
               personaje –maestro Bardem en el desarrollo de la intriga–, Rafa (un perfecto Carlos
               Casaravilla), quien insinúa, o deja caer, con dobles sentidos y supuestos, que sabe lo
               que ocurrió con el ciclista. Y es aquí donde, en un equilibrio narrativo entre la denuncia
               social, el infame comportamiento de los amantes, y la culpabilidad interior que sienten
               –cada vez de manera más acusada Juan–, refulge la película. Cada escena, cada
               diálogo está cuajado de intencionalidad entre los dos planteamientos que suscita el
               director. El espectador asiste expectante al desenlace. Juan pierde los estribos con
               una alumna en un examen, la culpa le debilita y le desequilibra; sin embargo, María
               José permanece firme ante lo que considera un potencial desastre para su vida –que
               tanto su relación con Juan como la muerte del ciclista se hicieran públicos. Magistral
               Bardem en su eficacia narrativa, su hondura en el perfil psicológico de los personajes,
               su puesta en escena de un mosaico social en el que prevalece la hipocresía frente
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