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El crítico y cineasta francés Jacques Rivette (Janke / GFDL - CC BY-SA 3.0)
¿Qué decía Rivette, quien se convirtió en el paradigma de lo que significaba escribir
sobre cine? El crítico puso en duda la elección de un plano en la escena final de una
película. Una sola decisión que, en términos morales y según su mirada, desacreditaba
la propuesta cinematográfica al completo. La película era Kapò (Gillo Pontecorvo, 1960),
y el plano era la muerte de su protagonista, magnificando el momento y convirtiéndolo
en una estampa espectacular. Rivette escribía: «Hay cosas que no deben abordarse si
no es con cierto temor y estremecimiento; la muerte es sin duda una de ellas, ¿y cómo
no sentirse, en el momento de rodar algo tan misterioso, un impostor? Más valdría en
cualquier caso plantearse la pregunta, e incluir de alguna manera ese interrogante en lo
que se filma». Rivette creía en las imágenes que hablan por sí mismas, y así debería ser
nuestra forma de leer el cine: no solo pensar en las historias que se nos presentan,
sino en la manera en que están contadas. Es la única manera de no dejarnos engañar,
de saber cuándo existen intenciones de manipularnos o de imponernos ideas, de
desarrollar un sentido crítico que germine en pensar las imágenes y que termine
construyendo un mundo en el que nos podamos sentir menos indefensos. Por eso
Rivette no escribía desde el amor: porque necesitaba condenar con premura aquello
que estaba viendo y que le partía el alma en dos.
¿Es posible entonces establecer una lectura de las películas a partir del sentido de
las imágenes que lo conforman? Sería lo más cercano a un análisis justo. Para eso,
como el lector romántico que disfruta del poema pero también está pendiente de la
métrica de las estrofas, es imprescindible aprender a acercarse al cine con la misma
actitud: dejarse empapar de la historia que acontece, pero también estar pendiente de
la métrica de las estrofas, esto es, qué imágenes aparecen, y preguntarse por qué esas
y no otras, qué cuentan por sí mismas, qué ideas transmiten más allá de lo funcional,
y si esas ideas son lícitas o suponen un problema. «El cine es conocimiento», decía
Víctor Erice, uno de nuestros más importantes cineastas. Y se convierte también en
entretenimiento cuando el espectador está pensando las imágenes.