Page 30 - PLATINO EDUCA
P. 30

30      cariño cervantino a esos seres desamparados y entrañables que viven, entran y salen,
               en sus películas. De manera especial en sus obras mayores: ¡Bienvenido, Míster Marshall!
               (1952), Calabuch (1956), Plácido (1961), El verdugo (1963). La España de Fernando
               de Rojas, del autor anónimo del Lazarillo de Tormes (¿Alfonso de Valdés?), del Buscón
               de Quevedo, del Rinconete y Cortadillo cervantino, de las pinturas negras de Goya,
               de los hambrientos galdosianos que deambulan por el Madrid de la Restauración, de
               los bohemios que no se lavan las manos después de haber dado la mano a Verlaine
               en París (Alejandro Sawa), de la fantasmagoría tenebrosa de Darío de Regoyos, del
               carnaval y la mascarada negra de Solana, de los errabundos personajes barojianos, de
               los espejos cóncavos y convexos del Callejón del Gato del esperpento valleinclanesco,
               de la literatura anómala de Ramón Gómez de la Serna (bien aprendió Berlanga esta
               sentencia ramoniana: «en la vida hay que ser un poco tonto, porque sino lo son solo los
               demás y no te dejan nada», del equívoco y genial desparpajo de Jardiel, Tono, Mihura
               y Mingote. Y también del cine de Edgar Neville. La huella del extraordinario autor de La
               vida en un hilo (1945), el Lubitsch en español, es constante y advertida en la filmografía
               berlanguiana. Pero está también en los guiones de dos colaboradores habituales
               de Berlanga, Rafael Azcona y Pedro Beltrán. Y está en el mejor Fernán Gómez como
               director: El extraño viaje (1964).






























               El verdugo (1963)




               Una tradición que está en la mirada de la benevolencia hacia los personajes y está en
               el humor sin crueldad hacia los más desgraciados. Sí, cada qué y cada quién ahí están
               presentes: la picaresca, la «otra Generación del 27» (López Rubio), el gran Neville, la
               sórdida realidad española, las bromas benévolas y la crítica salvaje… todo es presentado,
               destilado, estilizado, en cuidadísimas imágenes. En el cine de Berlanga, todo ello es
               original y diverso, pero con una variante personal, formidable; una variación sensible
               y cercana: el cariño hacia ese centón de personajes, la mirada alegre y escéptica ante
               una realidad española, al tiempo, sombría, miserablemente sombría y confiada. La
               idea excluyente y calamitosa del dictador Franco respecto a España queda reflejada
               en la anécdota de la que fue protagonista el propio Berlanga. En Consejo de Ministros
   25   26   27   28   29   30   31   32   33   34   35