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literaria que una realidad insoslayable. Es posible que con el tiempo también se                    29
            incorporen los nombres del Papa Francisco y los del futbolista Lionel Messi. Sin
            embargo, de todos ellos, es la figura de Eva Perón (Los Toldos, 1919 – Buenos
            Aires, 1952) quien ha dibujado un halo, una estela imperecedera que, a capricho
            de las circunstancias políticas e históricas, aparece con mayor o menor fortuna en
            las pantallas cinematográficas.

            Nada raro, si se recuerda que antes de convertirse en el mito comenzó su vida
            profesional como actriz secundaria, o de reparto, de seriales radiofónicos y películas
            populares. A Perón lo conoció en San Juan, 1944, cuando el terremoto que arrasó
            esa región del país austral, y el entonces vicepresidente acudía a una reunión con
            gentes del cine y del teatro. En 1945, junto a los renombrados Libertad Lamarque
            y Hugo del Carril, rueda, en un papel destacado, La cabalgata del circo, del gran
            director Mario Soffici; ese mismo año repetiría con el mismo director, pero ahora como
            protagonista, en La pródiga.






























            Eva Perón y Libertad Lamarque en La cabalgata del circo (Carlos Rinaldi)




            Los libros sobre Evita, así como películas, documentales, reportajes, telefilmes y
            hasta óperas rock y dibujos animados se han sucedido desde el instante mismo de
            su muerte. Así, Luis César Amadori presentó ya un título de clara intencionalidad
            mitificadora –cuando no divinizadora– como Eva Perón inmortal (1952), un
            cortometraje documental en el que se recogían, a través de imágenes de archivo
            y de noticieros recientes, los denominados hitos que jalonaron la presencia pública
            de Evita, junto a su marido y presidente de la República, Juan Domingo Perón. La
            brevedad del trabajo de Amadori no le impedía volcar todo el entusiasmo en lo
            que sería la marca indeleble que acompañaría a la protagonista a través del tiempo
            por venir: su enfrentamiento con lo que denominaba la oligarquía terrateniente e
            industrial; su empeño y su lucha por los derechos de la mujer; su amparo a los que
            llamó «mis descamisados», eje vertebral de su apoyo popular y su confluencia con
            los poderosos sindicatos argentinos.
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