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18      hilo invisible, un itinerario secreto de búsquedas plásticas con un solo reflejo: el laberinto.
               Minotauromaquia, Pablo en el laberinto (2004) es un formidable cortometraje de
               animación dirigido por Juan Pablo Etcheverry y nominado al Goya a Mejor Cortometraje
               de Animación, en el que, bajo la sombra del extraordinario aguafuerte picassiano de 1935
               –que tanta trascendencia tendría en el movimiento surrealista francés–, se descubren
               las sombras, las asechanzas, los temores y el vértigo de una mitología cultivada por
               Picasso a lo largo de su obra. Aparece el mito del minotauro –mitad hombre, mitad toro,
               nacido de la unión de Pasífae, mujer del rey Minos, y un toro–, y la caverna, el dédalo
               de la cripta. La galería de espectros y seres creados por la imaginación que persiguen
               a un Picasso encerrado entre sus cuatro paredes y los pasadizos claustrofóbicos del
               laberinto constituye la trama argumental. Cubismo, primitivismo, mitología: es un viaje
               a la semilla del acto de la creación.






























               Minotauromaquia, Pablo en el laberinto Juan Pablo Etcheverry, 2004



               Esas paredes recuerdan a otra de las grandes recreaciones del minotauro como es el
               caso del relato «La casa de Asterión», del citado Borges. A Picasso, en el angustioso
               recorrido de apenas once minutos que presenta el cortometraje de Etcheverry, se le
               presenta el espectro de sí mismo –algo quizá solo posible de realizar plenamente en
               el filme de animación–, lo que influye en el devenir fascinante de su obra. Él mismo
               llegaría a confesar: «si se marcaran en un mapa todos los itinerarios que he recorrido y
               se unieran con una línea, ¿no aparecería quizá un minotauro?». Sí, el otro que espera
               al otro lado de la creación. Ya señaló el visionario inglés William Blake, en el siglo XVIII,
               que «todo lo que es posible creer forma parte de la realidad».


               Una realidad dual que se nutre de los mitos como reclamo de un pasado siempre a
               reinventar y un presente plenamente contemporáneo. Destacaba Calvo Serraller cómo
               Picasso «a partir de 1906 empieza a interesarse por el modelado y los volúmenes, y se
               hace patente en su obra la influencia del arte egipcio y de la escultura griega e ibérica,
               así como ciertas notas arcaizantes en la simplificación y desproporción de las figuras».
               Le añadirá, ya en 1935 con su Minotauro, un impulso notable a la violencia expresiva
               que constituye la clave y el significado del corto de Etcheverry. Violencia forjada en una
               sucesión de imágenes animadas, cercanas al subconsciente, que definirá su posterior
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