PLATINO EDUCA. Plataforma Educativa
Diciembre | 2023
Correspondencias fílmicas
Adrián García Prado
Edad recomendada: de 13 a 17 años
«Me da envidia esta carta
porque te está viendo, lucero de flores. Quisiera ser yo la carta observada por radiantes ojos». Muhámmad al-Mutámid
El mensaje secretode François Boucher (dominio público)
Cartas, correspondencias: textos que van dirigidos a un «tú» lector, a otra persona que, a menudo, aguarda fervientemente su llegada.
Tanto el «tú» que lee como el «yo» que escribe han existido desde los comienzos de la escritura. La necesidad de expresar algo a otro se conoce desde la Antigüedad, a través de la existencia de cartas en papiros o pequeñas tablillas. En su libro Normas para el parque humano, el filósofo alemán Peter Sloterdijk dice que todos los clásicos grecolatinos eran, en el fondo, cartas a los amigos, porque la idea de publicar un libro consistía en hacer copias para que los amigos lo leyeran. Se decía de Cicerón que tenía veinte esclavos para copiar sus libros y hacer copias de los ajenos, como si todos tuvieran que enterarse de las ideas de los pensadores y filósofos relevantes de la época.
Más tarde, en los siglos XIX y XX, gracias al alto grado de alfabetización y la accesibilidad de la escritura y el correo, la correspondencia se convierte un género en sí mismo, con innumerables ejemplos en la literatura. Y precisamente a finales del siglo XIX surge el cine, aunque no se asiente como medio de expresión hasta dos décadas más tarde, cuando numerosos cineastas, como poetas y artistas, investiguen sus diferentes posibilidades. Es entonces cuando la técnica, la tecnología y el componente lúdico (recordemos que, en sus inicios, el cine se proyectaba en barracas de feria), dan lugar al arte cinematográfico y, con ello, a una necesidad de expresarse.
Noticias de mi muchacho, de James Campbell (dominio público)
Aunque mudo, a través de sus imágenes proyectadas en pantalla aquel primer cine lanzó un grito resonante. Y, desde entonces, esas imágenes han tenido la capacidad de hablar, es decir, de comunicar, a quienes las «leen». Porque siempre hay un «tú» que las recibe, siempre pueden ser escuchadas y leídas por quienes están lejos o ausentes –o incluso quienes no tienen la capacidad de oír.
Entonces, ¿podemos decir que todo el cine es correspondencia, que cada película es una carta dirigida a quienes la reciben? Sería muy aventurado hacer esa afirmación. No obstante, es indudable que, al igual que pasó con la literatura, la aparición de nuevas tecnologías, de equipos más pequeños y de menor coste, ha propiciado el nacimiento de una suerte de género (en un sentido muy amplio): las correspondencias fílmicas.
A mediados de los años 50 y comienzos de los 60, en multitud de latitudes del mundo, surgen diversos movimientos cinematográficos que llaman a un cambio radical en las condiciones de producción y elaboración de una película –e incluso en la idea misma de lo que puede ser una película. Ni focos, ni actores, ni cámaras enormes y pesados equipos de sonido. En el manifiesto fundacional del New American Cinema –un grupo creado a finales de los años 50 por numerosos artistas y cineastas residentes en Estados Unidos– se dice que «el cine oficial en todo el mundo está acabado. Es moralmente corrupto, estéticamente obsoleto, temáticamente superficial, temperamentalmente aburrido». De esa forma se introduce una idea del cine como expresión personal indivisible, que rechaza la burocracia e interferencia de productores, distribuidores, inversores y otros agentes que impiden llevar la creatividad hasta sus últimas consecuencias.
En 1954, Margaret Tait, una de las pioneras del cine íntimo y de pequeño formato, rueda Happy Bees. Una película que transmite la luz y la pureza de la vida infantil, que tiene por protagonistas a los hijos de sus hermanos, y que aguarda a ser leída por los niños cuando sean adultos como si fuera una carta hacia el futuro. Otra cineasta, la belga Chantal Akerman, se traslada muy joven a Estados Unidos para investigar y aprender del movimiento underground y del cine experimental. Allí realiza numerosas películas y, en 1977, estrena News from Home. En ella, la voz en off de Akerman, montada sobre imágenes de Nueva York, lee las cartas que le envía su madre desde Bélgica. Cartas que son interrogadas en la propia «carta filmada» de la cineasta –como si las imágenes y el tono de su voz hablasen por ella, como si respondiesen a su madre. Son en total veinte cartas, y cada una de ellas finaliza con la madre diciéndole que le quiere. ¿Puede que toda carta sea una carta de amor?
Si hay alguien que se haya dedicado a filmar el amor a un familiar es otro cineasta belga, Eric Pauwels. Un día su hija le pregunta por qué no hacía películas para ella, y en el año 2000 termina su película Lettre d’un cinéaste à sa fille («Carta de un cineasta a su hija»). Años antes había realizado Lettre à Jean Rouch, otra «carta fílmica» dirigida al cineasta Jean Rouch (a quien tanto admiraba). Y años más tarde, en 2016, realizará La deuxième nuit («La segunda noche»), dedicada a su madre fallecida. Pauwels parece preguntarse: ¿por qué no hacer películas desde el amor?
Es cierto que ninguno de los ejemplos hasta ahora mencionados produjeron una carta de vuelta por parte del destinatario –que en ninguno aparece una «correspondencia filmada» como tal. Pero en 2005 y 2006 dos cineastas franceses, Joseph Morder y Alain Cavalier, se envían cartas filmadas con la intención de recibir una respuesta por parte del destinatario. Morder filma las calles de París, a sí mismo en el interior de su apartamento, y diferentes objetos que funcionan como recuerdo de sus encuentros anteriores. Cavalier, por su parte, responde de una manera inesperada, filmando el reencuentro de ambos cineastas en el apartamento de Morder, y mostrando las sorprendentes e infinitas posibilidades que tiene el cine cuando el juego, el tú, el yo, y el amor hacia lo que se filma –y a quien ello se dirige– van de la mano.
Pero hay muchos ejemplos más. Sin ir más lejos, en 2011 la editora de DVD Intermedio lanzó un cofre donde reunió las correspondencias fílmicas entre diez cineastas contemporáneos, cada una con sus peculiaridades y sus formas de expresión únicas. Este género de cine, tan pequeño e íntimo, es la conquista de quienes se dedican a escribir cartas cuyo contenido privado creen que solo puede ser comprendido por los destinatarios del mensaje. La carta, escrita o filmada, es al fin y al cabo un documento de secreto y de proyección.
ACTIVIDADES
Vamos a asumir, como proponíamos antes, la idea de que todas las cartas son cartas de amor y que, en consecuencia, el tiempo, el esfuerzo y el ánimo de espíritu que requiere escribirlas –o filmarlas– puede enriquecer nuestro(s) mundo(s). No obstante, como es sabido, el amor adopta múltiples formas, a menudo erráticas, dolorosas o contradictorias («amar es dar lo que no se tiene a alguien que no lo es», decía el psicoanalista francés Jacques Lacan). Formas tan diversas como las personalidades de quienes lo expresan y reciben –y como las cartas que a continuación proponemos a modo de ejercicio práctico.
Se propone a los alumnos realizar las correspondencias filmadas que deseen, con una duración máxima tres minutos por película. El tema será completamente libre, pero si van dirigidas a alguien en concreto, esa persona deben ser otro compañero de clase.
Las posibilidades son múltiples: puedes dirigir una carta filmada a tu mejor amigo, a alguien a quien te da vergüenza hablarle, a alguien que te gusta, a tu profesor… También puedes contar una anécdota personal, o comunicar algo a la clase y al mundo, aunque sea un detalle ínfimo de la realidad.
Si lo desean, los alumnos pueden colaborar entre ellos para filmar sus respectivas cartas. En ese caso, se procurará crear un espacio de comunidad y confianza mutua.
Posteriormente, los alumnos que así lo deseen mostrarán en clase su primera correspondencia. Los que prefieran no hacerlo, y en caso de que su carta esté dirigida a otro compañero, deberán comunicárselo a este para que pueda ver la carta y así continuar la correspondencia. Quien no haya recibido una carta filmada se lo comunicará al profesor y al grupo para, entre todos, encontrarle una correspondencia.
Lo importante del ejercicio es que las correspondencias funcionen como un privilegio por el cual poder filmar sus pensamientos y sentimientos, su espacio íntimo. Pensemos que muchas veces escribimos (y en este caso, filmamos) aquello que no nos atrevemos a confesar de otra forma, y que al dejarlo grabado lo retenemos para que no muera y pueda ser rescatado.
«Para comprender la poesía hay que ser capaz de aniñarse el alma, de investirse el alma del niño como una camisa mágica y de preferir su sabiduría a la del adulto».
Johan Huizinga, Homo ludens (1938)
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