El buen paseador: caminar como forma de creación y aproximación al cine
Joseba López
Edad recomendada: de 13 a 17 años
El cine siempre se ha balanceado desde lo más imaginativo, onírico y ficticio a lo más realista, crudo o documental. De Georges Méliès a los hermanos Lumière, de Roberto Rossellini a Gene Kelly, de Steven Spielberg a Chantal Akerman… la lista de cineastas coetáneos que se han centrado más en una u otra naturaleza del cine es incalculable.
Pero todos tienen algo en común: son hijos del espacio que han habitado.
El cine se hace desde lo vivido, y se vive desde el habitar. Habitando un lugar se nace, se crece y, antes o después, se desaparece. El clima, la urbanización, la arquitectura o la orografía, y un sinfín de conceptos adicionales, hacen de una persona su ser. El espacio, y todos los elementos que lo cruzan diagonalmente, nos moldean integralmente.
El paseo recreativo tiene siglos de antigüedad. Izquierda: El paseo de las Delicias de Francisco Bayeu (Dominio público). Derecha: Paseo Marítimo de Torremolinos en la actualidad (Manuel Flores / CC BY 2.0)
Cuando hablamos del proceso creativo solemos centrarnos en su aspecto puramente imaginativo y en el supuesto ‘poder especial’ de ciertos seres humanos para lograr llegar al estado catártico en el que uno crea. La realidad es mucho más mundana y humana. Multitud de cineastas nos demuestran que lo creativo puede nacer de todo aquello que nos rodea, del día a día, de observar el lugar donde uno se encuentra.
Es fácil pensar que el verano –esa época en la que lo emotivo se vuelve más efusivo y lo imaginativo más poderoso– es diferente según el lugar donde lo hayas pasado. El calor (o el fresco), el pueblo, el mar (con o sin chiringuitos), las verbenas y fiestas… todo será diferente para cada uno. Pero en la mayoría de nuestros veranos, el caminar se convierte en deporte nacional. Una excusa para compartir conversaciones y observaciones con tus acompañantes o contigo mismo.
Ese ‘pensar andando’ nos convierte en peripatéticos.
«Caminar es la primera cosa que un niño quiere hacer
y la última a la que una persona mayor desea renunciar».
John Butcher (fundador de la ONG Walk21)
Breve historia del caminante
Los peripatéticos, seguidores de la enseñanza aristotélica, caminaban para pensar –lo mismo que los monjes en el medioevo o que Immanuel Kant y sus paseos vespertinos. Y es que el andar para reflexionar y, posteriormente, crear, ha sido parte de la naturaleza humana desde tiempos remotos.
Esta corriente del pensamiento toma su forma más ilustre en la literatura francesa del siglo XIX, con la invención del personaje literario conocido como flâneur. Ligada al auge de las ciudades modernas o ‘cosmopolitas’ como Barcelona, Berlín o París, surge esta figura del observador de las ciudades. La idea, popularizada por el poeta francés Charles Baudelaire en Las flores del mal, exalta al flâneur como un ‘héroe lírico’ que extrae poesía de la vida cotidiana en las calles. Walter Benjamin, en su ensayo París, capital del siglo XIX, profundiza en el flâneur como un observador que captura la esencia de la modernidad.
Posteriormente esto influirá en pensadores como Guy Debord y su ‘psicogeografía’, o Rebecca Solnit y su arte del paseo. Películas como Manhattan (Woody Allen, 1979) o Lost in Translation (Sofia Coppola, 2003) sin duda formarían parte de la filmografía recomendada para el estudio de ese motivo literario.
«Todos los pensamientos verdaderamente grandes se conciben paseando».
Friedrich Nietzsche
Andar como subversión
El historiador y teólogo Michel de Certeau afirma que el andar se convierte en un acto subversivo frente a la planificación cada vez más metódica del urbanismo moderno. Matt Green, un ciudadano de Nueva York, tomó esta afirmación al pie de la letra y se propuso andar durante 6 años y más de 12 mil kilómetros por todas las calles de la ciudad –una gesta que fue bellamente recogida en el documental The World Before Your Feet (Jeremy Workman, 2018).
Hoy en día ese ‘acto subversivo’ está cobrando un valor cada vez mayor. Con un mundo digital no tangible como nueva normalidad, la presencia física es cada vez más necesaria y revolucionaria: estar presente, ser corpóreo, tener apegos y relacionarse con el entorno que a uno lo rodea…
Aún así, muchos cineastas se han apropiado de las nuevas tecnologías para observar, analizar y participar en lugares donde físicamente les es imposible estar presentes. Y ni siquiera es necesario tener una cámara para hacerlo: durante el confinamiento por el COVID-19, uno de mis mejores entretenimientos fue pasear por lugares remotos usando la Street View de Google Maps (pasatiempo que hoy mantengo y sigo recomendando). Herramientas como esta pueden ser utilizadas para convertirnos en flâneurs digitales.
El paseo como forma de acercamiento al cine
Es frecuente encontrar vídeos de TikTok donde los usuarios se acercan a las localizaciones originales de sus películas favoritas para tomar fotografías desde el mismo ángulo y la misma distancia a como fueron realizadas. Además de dejar claro el furor que despiertan localizaciones como las de la ciudad de Los Ángeles en La La Land (Damian Chazelle, 2016) o la costa vasca en Juego de tronos (David Benioff y D.B. Weiss, 2011-2019), esta afición también puede llevarnos a reflexionar sobre la importancia del espacio no solo en la creación cinematográfica, sino también en su propia concepción.
Pensemos en el espacio habitado por algunos cineastas como punto de partida para una aproximación más cercana a sus filmografías. En España, el ejemplo más evidente podría ser el Madrid de Pedro Almodóvar –quien, aunque nacido en la manchega localidad de Calzada de Calatrava, reside en la capital desde mediados de los 60. La ciudad de Almodóvar es sobre todo céntrica, sin duda debido a su conocida implicación en el movimiento contracultural de La Movida –desarrollado mayormente en el barrio de Malasaña.
En sus películas también existe un Madrid de extrarradio, pero no suele ser el ‘centro neurálgico’ de la trama sino más bien servir de escenario secundario. No obstante, en el cine de Almodóvar siempre han seguido resonando ecos de los espacios que habitó antes de su llegada a Madrid, ese antiguo mundo rural tan ajeno a la vida en la gran ciudad –como se puede apreciar, por ejemplo, en su película Volver (2006).