Hacer cine es fácil (Solo tienes que contar tu historia)
Miguel Guindos
Edad recomendada: de 9 a 13 años
Rigel Pomares / ECAM
Ver cine es como asistir a un espectáculo de magia. Uno se sienta frente a una pantalla gigante, con las luces apagadas y los altavoces a toda potencia. Y durante al menos hora y media se suceden todo tipo de cosas increíbles, por muy realista que sea la película. Un plano de una mirada corta al plano de otra mirada y entendemos que esas dos personas se están mirando. Una música de suspense nos hace agarrarnos a la butaca cuando el plano consiste simplemente en un travelling por un pasillo oscuro y vacío. Una persona llora y nosotros lloramos con ella porque hemos sido ella durante un rato.
Y claro, al salir del cine uno piensa: qué difícil debe de ser hacer cine. Cuánto dinero y cuánta gente se necesita, cuánta sabiduría tienen los cineastas. Pero en realidad el cine está lleno de trucos.
Pensadlo: sois la primera generación de la historia que tiene una cámara de cine en el bolsillo. Una cámara que, además, supera en posibilidades a muchas cámaras profesionales. Y una cámara con su propio lenguaje que sabéis usar perfectamente: los que utilicen Intagram sabrán editar y maquetar fotos; los que utilicen TikTok sabrán editar y montar vídeos… ¡So is cineastas nativos!
Pero claro, uno seguiría pensando que con un móvil es imposible grabar la última de Spider-Man. Está claro, son dos ligas diferentes. La liga de los millones de euros y la liga de las películas humildes –cada una con su lenguaje, cada una con sus posibilidades y límites. Y cada una con sus trucos.
¿Cuál nos interesa para este artículo? La de las películas humildes, claro. Todas esas películas grabadas con presupuesto mínimo que están llenas de imaginación, que entran con la cámara en sitios insospechados y que acceden a una intimidad imposible de recrear por una gran producción cinematográfica.
Es el terreno de cortos como Viaje a Nápoles (2022), de Lara Llamas. Con tan solo 18 años, Lara cogió una camarita de mano y se fue con sus amigos de viaje de fin de curso a Nápoles, con intención de grabar todo lo que ocurriera y después montarlo en una pieza que sirviera de contenedor de todo aquello que vivió y que sintió.
El corto es sencillísimo. Lara grabó con mucho amor todo lo que le rodeaba, porque todo era nuevo para ella. Como cuando nosotros vamos de vacaciones y grabamos todo con el móvil. Pero en vez de intentar hacer los vídeos más bonitos y perfectos de los sitios más importantes de Nápoles, grabó a sus amigos (en esos sitios). Ella no quería hacer la guía turística en 4K de Nápoles –ni podía hacerlo, por desconocer la ciudad. Lo que sí pudo hacer –e hizo– fue grabar lo que a ella le interesó de su viaje: casi en su totalidad, sus amigos y las pizzas de 4 euros de Nápoles.
En la pieza Nápoles es irreconocible, porque a Lara no le interesa tanto la ciudad como sus amigos, y es por eso que vemos la ciudad desde sus ojos, desde su subjetividad. En realidad el cine es poco más que subjetividad. Lara nos propone un universo, el suyo, que está lleno de amor y de poesía, y nos hace revivir todas las emociones que ella sintió y filmó con su camarita.
En realidad, el ejercicio más difícil del cine es volcarse uno en las imágenes que graba. No siempre haremos películas como la de Lara, que es prácticamente una pieza documental o vídeo-diario: otras veces escribiremos guiones e intentaremos controlar nuestra historia y a nuestros actores. Pero detrás de esas palabras que escribamos, de esas emociones que plasmen nuestros actores, también estaremos nosotros, desnudos.
En el cine uno no puede mentir. Tu película siempre va a ser un reflejo de lo que eres tú en ese momento de tu vida. Y eso es algo para celebrar, porque supone una oportunidad de mirar hacia el interior y tratar de volcar afuera todo lo que uno lleva dentro.
Rigel Pomares / ECAM
A veces vemos las pelis de Spider-Man y nos vamos a casa pensando: ¿y qué historia voy a contar yo? Solo soy un adolescente con problemas de instituto y con unos deseos y frustraciones que no le importan a nadie. Pero, ¿cuál es la verdadera historia de Peter Parker? La de un adolescente que no encaja en el instituto y que no quiere hacerse mayor. La de alguien que recibe poderes inesperados y tiene que aprender a manejarlos (porque ya se sabe: «un gran poder conlleva una gran responsabilidad»). La historia de Spider-Man es nada más y nada menos que la del crecimiento, la del paso de la adolescencia a la adultez.
Seguramente vuestras historias no estarán muy lejos de la de Spider-Man o la de Lara Llamas. Todos tenemos una historia que contar, aunque no luzca tan épica como las de la gran pantalla. Recordad: en el cine todo es un truco. Los cineastas hacemos de las historias más pequeñas las más trascendentes, simplemente llenándolas de toda la emoción que contienen para nosotros.
Como cineastas, no hay más truco que el de llenar las películas de nuestra subjetividad. Como espectadores, no hay mayor magia que la de entrar en la cabeza de otra persona y ver el mundo con sus ojos (y oírlo con sus oídos). Porque el mejor cine es el de quien, a través de una cámara –de cualquier cámara–, experimenta y nos invita a experimentar el mundo como si fuese la primera vez.