Cine para la igualdad entre géneros
Carlota Coronado
Edad recomendada: de 13 a 17 años
Imitamos lo que vemos. Niñas y niños imitan a sus padres y madres, a sus coetáneos o a los protagonistas de los dibujos animados que ven. Princesas, superhéroes, piratas, cantantes o caballeros jedi entran dentro del juego simbólico de la infancia desde los primeros años de vida. Y es que los medios de comunicación, y en especial el cine y el audiovisual, reproducen y crean modelos masculinos y femeninos. Nos muestran qué significa ser hombre y qué significa ser mujer. Pero en esa reproducción de la realidad se corre el riesgo de reafirmar estereotipos que pueden derivar en prejuicios y contribuir a reproducir y consolidar desigualdades de género.
Al mismo tiempo, el cine también es capaz de generar discursos alternativos y transformadores, de ser reflejo de los cambios en los roles de género y en los modelos de diversidad que se están produciendo en la actualidad. Por ello, es fundamental tener herramientas que nos permitan identificar los discursos y estereotipos presentes en el audiovisual para debatirlos en el aula y conseguir que el alumnado sea consciente de cómo determinadas narrativas pueden deformar o simplificar la realidad. Recordemos que el 5º Objetivo de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de la ONU no es otro que «Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas». Y el cine puede ser un instrumento ideal para este fin.
Sobre princesas y superhéroes
Hasta entrado este siglo, en la mayoría de las narraciones cinematográficas se relacionaba a las mujeres con el mundo de las emociones, la pasividad, la maternidad y los ámbitos privados como el doméstico. A los protagonistas masculinos, por contra, se les otorgaban atributos como el liderazgo, la valentía, la fuerza y la acción, moviéndose normalmente en espacios públicos. Un ejemplo muy evidente de estos estereotipos es el cine de animación infantil. Durante décadas las pantallas se han llenado de princesas bellas y dulces que eran salvadas por apuestos y valientes príncipes. Blancanieves se dedicaba a fregar, coser y cocinar mientras escuchaba al enanito Gruñón decir que las mujeres eran como el veneno. La sirenita sacrificaba su voz por el amor porque una malvada bruja le decía que hablando mucho enfadaba a los hombres y que estar callada era lo mejor. Personajes como la princesa Jasmín, Mulan o Pocahontas dependían de las decisiones de figuras masculinas, quienes a su vez insistían en que ellas tenían que encontrar un buen esposo. El amor era para todas la gran meta a alcanzar: estaban en continua búsqueda del hombre ideal y la belleza era una de sus mejores armas para conseguirlo.
En las antípodas de estos personajes femeninos dulces y comprensivos se encontraban los superhéroes masculinos. Ellos no solo han sido siempre fuertes y valerosos, sino también hombres duros que no mostraban sus sentimientos porque eso sería signo de debilidad: lo emocional se relaciona con lo femenino. La meta de estos personajes no está necesariamente vinculada con el amor –como sí es el caso de sus contrapartidas femeninas. Los galanes o héroes son presentados como hombres que tienen éxito entre las mujeres y también en lo social o profesional. A ellos se les suele relacionar con el poder –a ellas, con los cuidados y el ámbito doméstico.
Estos estereotipos no solo han estado presentes en el cine de animación, sino también en el cine de ‘acción real’. Claro ejemplo de ello son géneros como la acción o la ciencia ficción, donde ellas han tendido a ser novias, madres o hermanas de los héroes (aunque existen notables excepciones a esa regla, como pueden ser la teniente Ripley de la saga Alien o Katniss Everdeen, de Los juegos del hambre). Pero el problema de fondo es que, por lo general, las mujeres protagonistas han sido más excepción que regla.
Y es que, durante décadas, las películas protagonizadas por mujeres apenas han representado el veinte por ciento de las producciones anuales. Se ha comprobado que la gran mayoría de los diálogos recaían en personajes masculinos, incluso en películas con protagonistas femeninas como Mulan (Barry Cook y Tony Bancroft, 1998) –en la que el dragón Mushu tenía un 50% más de palabras en sus diálogos que la propia Mulan. Este desequilibrio entre protagonistas masculinos y femeninos también se encuentra en el cine español, donde está demostrado que ellas lideran muchas menos historias e interpretan muchos menos papeles que ellos… ¡siendo algo más de la mitad de la población!
Un método para identificar el sexismo en el cine
En 1985, la novelista gráfica Alison Bechdel inventó un método para valorar si una película escapaba de los estereotipos sexistas. El llamado ‘test de Bechdel’ se basa en tres premisas: 1) Si en la película hay al menos una secuencia con al menos dos mujeres en pantalla; 2) Si esas mujeres hablan entre ellas; 3) Si su conversación no está directamente relacionada con hombres. Pues bien, el porcentaje de películas de Hollywood que superan esta prueba oscila entre el 50% y el 60%… Y si se añade una cuarta premisa, la de que los personajes femeninos que hablan entre sí tengan todos un nombre propio, el porcentaje se reduce aún más.
Aplicar este sencillo test nos puede dar una idea del efecto que los estereotipos tienen en las narraciones cinematográficas. Sin embargo, también existen otros criterios más divertidos e irónicos, como el llamado ‘test de la lámpara sexy’ –que juega a reemplazar a un personaje femenino por una lámpara atractiva y ver si supone alguna diferencia en la trama– o el ‘complejo de Pitufina’ –el único personaje femenino está rodeado de hombres y por ello parece estar ‘fuera de lugar’. Esta última tendencia, no obstante, encuentra excepciones en aquellas historias en las que el personaje femenino tiene un importante peso narrativo –como pueden ser ¡Ay, Carmela!(Carlos Saura, 1990), El viaje de Carol(Imanol Uribe, 2002) o El olivo(Icíar Bollaín, 2016).
Ellas también salvan el mundo
Dicho todo esto, desde hace unos cuantos años se están rompiendo ciertos estereotipos e introduciendo nuevas lecturas de la realidad en el cine, permitiendo a las mujeres asumir un protagonismo positivo y autónomo. Hoy se aprecia una mayor riqueza y diversidad de personajes femeninos y de actitudes hacia aspectos de lo femenino hasta hace poco inexplorados –como pueden ser las verdaderas implicaciones del rol maternal, o la renuncia al mismo. Y se han incorporado a la ficción cinematográfica problemas sociales íntimamente relacionados con la esfera femenina, como son la violencia contra las mujeres o la dificultad de conciliar vida familiar y laboral, entre otros.
Como no podía ser de otra forma, estos cambios se han visto claramente reflejados en las ‘princesas Disney’: de bellezas pasivas han pasado a ser protagonistas activas y empoderadas, con autonomía y autoestima –siendo un ejemplo evidente la princesa Mérida de Brave (Brenda Chapman y Mark Andrews, 2012). Pero la evolución también se puede detectar en el cine de acción real, español e iberoamericano: películas como Minerita (Raúl de la Torre, 2013) o Boxing for Freedom (Silvia Venegas y Juan Antonio Moreno, 2015), e incluso cortometrajes como Binta y la gran idea(Javier Fesser, 2004) nos cuentan historias de mujeres y niñas fuertes, luchadoras, capaces de cambiar el mundo que les rodea.
Y, por supuesto, al ir quedando atrás los estereotipos tradicionales de género, también están surgiendo otros modelos de protagonistas masculinos que van más allá del héroe salvador o el hombre sustentador. Porque cuando a través del cine se fomentan los valores abiertos de tolerancia, diversidad e integración, es inevitable que estos sean interiorizados por los espectadores –y, en particular, por quienes compondrán la ciudadanía del futuro–, contribuyendo a hacer de la nuestra una sociedad más justa y mejor para todos.