El color en el cine
César Herradura (AMAE)
Edad recomendada: de 13 a 17 años
Nadie puede negar que el cine es una unión indisoluble entre imagen y sonido. Pero –y que me perdonen mis queridos sonidistas– el cine es una expresión artística eminentemente visual, y la fuerza de sus imágenes es la que nos transporta a lugares únicos y nos provoca esas sensaciones que tanto nos gusta sentir cuando vemos una película.
Las imágenes son la materia prima y fundamental del cine y, como tales, son fruto de un minucioso trabajo de colaboración entre muchos departamentos de profesionales: dirección, fotografía, arte, vestuario, peluquería… Ellos deciden cuestiones como dónde poner la cámara y qué encuadrar, cómo iluminar la escena o qué ropa llevarán los personajes. Todas estas decisiones dan forma al estilo visual de la película, del que es parte fundamental el color, uno de los elementos más importantes y significativos en cualquier obra audiovisual –por más que a veces pueda pasar desapercibido.
El color es un recurso expresivo y narrativo muy potente que los cineastas han usado para «manipularnos» casi desde los inicios del cine, cuando ya obsesionaba a los directores. Ya fuera pintando manualmente los fotogramas, como en Viaje a la Luna (Georges Méliès, 1902), o virando el color de la imagen, empezaron a darle un uso narrativo. Por ejemplo: en la película Intolerancia (D.W. Griffith, 1916), para separar las distintas líneas temporales se tiñó cada una de ellas de un color diferente.
La primera cinematografía en color fue puesta a prueba en 1902 por el inventor Edward Turner, y se basaba en la síntesis aditiva de colores primarios (enseguida veremos en qué consiste). Dicho esto, no fue hasta la llegada de los primeros grandes sistemas industrializados de captación y revelado en color, y en particular los de la empresa Technicolor, cuando los cineastas fueron realmente conscientes de su potencial. En este sentido es muy simbólica la escena de El mago de Oz (Victor Fleming, 1939) en la que Dorothy abre la puerta de su monocromática habitación para adentrarse en la multicolor tierra de Oz.
Pero antes de profundizar en estas poderosas cualidades, un poquito de teoría…
Mezcla de los colores primarios mediante síntesis aditiva
El color se define como la sensación producida por los rayos de luz de distinta longitud de onda que llegan a nuestros ojos y que son interpretados por nuestro cerebro. El ojo cuenta con tres tipos de receptores que responden a longitudes de onda de luz específicas, los llamados colores primarios: azul, verde y rojo. Por otro lado, los colores secundarios son aquellos que se forman de la mezcla a partes iguales de dos primarios (síntesis aditiva): de la mezcla del azul y el amarillo surge el verde; del rojo y el amarillo, el naranja; y del rojo y el azul, el violeta).
Por último, los colores terciarios se forman con la mezcla de un color primario con uno secundario adyacente. De esta combinación resulta el rojo violáceo, el rojo anaranjado, el amarillo anaranjado, el amarillo verdoso, el azul verdoso y el azul violáceo.
El círculo cromático es una representación ordenada de todas estas relaciones entre colores.
Además de precisar cómo se forman los colores, también podemos distinguir tres factores o atributos que definen el tono de un determinado color:
- Matiz: es la cualidad principal que diferencia a un color de otros, el color en sí mismo.
- Saturación: la intensidad del color o el nivel de pureza respecto al gris. A mayor saturación más vivo e intenso nos parece un color, uno menos saturado, más descolorido y gris
- Brillo: lo claro u oscuro que es un color. Cuanto más claro, mas cerca del blanco y cuanto más oscuro, más próximo al negro estará.
Los colores tienen un significado simbólico y el ser humano asocia estos –y las variaciones de los atributos que los definen– a distintas sensaciones, sentimientos o emociones –algo que quedaba más que patente en Del revés (Pete Docter, 2015). Así, percibimos las imágenes brillantes como vivas y excitantes, y asociamos las oscuras a cuestiones dramáticas. Del mismo modo, cuanto más saturado esté un color, más primitivo, expresivo y emocional se manifestará –y si lo desaturamos se volverá más sutil y tranquilizador.
Sin embargo, dado que la percepción del color es una cuestión subjetiva, no existen normas cerradas y, a menudo, dicha percepción cambia dependiendo del contexto. Por ejemplo, muchas películas bélicas hacen uso de colores desaturados y, lejos de transmitirnos una sensación relajante, nos transportan a un mundo duro, gris y triste, que nos recuerda la estética de fotos antiguas.
Por lo general asociamos los colores fríos a la tristeza, al misterio, a la nostalgia o a cuestiones relacionadas con la ciencia ficción. Y los colores cálidos, a situaciones alegres o pasionales y los neutros a la tranquilidad y a la espera. Pero estas percepciones respecto a un color también dependen en gran medida de cómo lo combinemos con otros colores, cuál de ellos predomine en la imagen o de qué colores estén ausentes. Podemos distinguir varios tipos de combinaciones:
Tipos de combinación de colores
- Monocromáticas: un tono de color domina toda la escena.
- Uso de colores adyacentes: colores cercanos entre sí, dando lugar a una imagen equilibrada y armoniosa, que evita estridencias.
- Uso de colores complementarios: uso de colores opuestos entre sí que contrastan armoniosamente
- Triadas de color: uso más llamativo. Son difíciles de equilibrar, por lo que se suele usar uno como principal y los otros dos como secundarios
Gracias a todas estas posibilidades, el color se ha convertido en una herramienta de apoyo muy valiosa para contar historias, dotando a los cineastas de la posibilidad de generar atmósferas, añadir significados o producir determinados efectos cognitivos y emocionales en los espectadores. Y por esta razón, su uso no debe ser arbitrario o gratuito: tiene que ir en concordancia con lo que queremos contar. Si nuestra historia es una comedia romántica, podríamos emplear colores cálidos y pasteles que sean atractivos y relajantes para el espectador –como en La niña de tus ojos (Fernando Trueba, 1998). En cambio, si queremos hacerle pasar un mal rato con una película de suspense o terror, como El día de la bestia (Álex de la Iglesia, 1995), optaríamos por colores oscuros y fríos.
La paleta de color puede ser más o menos armoniosa dependiendo del grado de equilibrio o disonancia que busquemos en nuestra imagen. Por ejemplo, el llamativo universo visual de Wes Anderson se sustenta en un agradable uso de paletas de color con combinaciones de triadas y análogos, que habitualmente varía para marcar cambios de tiempo o tono. En películas de ciencia ficción como Stalker (Andrei Tarkovsky, 1979) o Matrix (Andy y Larry Wachowski, 1999) se hace uso de distintos esquemas de color casi monocromáticos, con una intención muy clara de separar los distintos mundos existentes en cada película. En Matrix, los tonos verdosos –que hacen referencia al código informático y que asociamos con la vida, pero también con la enfermedad–, impregnan el mundo digital, y el tono más azulado y menos monocromático hace más cercano –pero también más triste y desolado– el mundo real, subrayando la situación a la que se ha visto abocada la humanidad. En Stalker hay un fuerte contraste entre la ciudad opresiva y deshumanizada –fotografiada en un blanco y negro de tono sepia– y la zona, donde la naturaleza y el color son los protagonistas.
En otras ocasiones los colores complementarios generan interesantes propuestas visuales y cierta discordancia. En el cine actual –particularmente el más comercial– está muy extendido el uso del esquema conocido como «orange & teal» («naranja y verde azulado): una combinación de colores que resulta muy atractiva para el ojo del espectador y que ayuda a dar cierta tridimensionalidad a los personajes, separándolos del fondo. Otras veces, el uso de colores complementarios a menudo tiene una clara intención narrativa. Uno de los ejemplos más conocidos es Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958) donde se asocia rojo y verde a sendos protagonistas –hasta el punto de que esta identificación cambia al mismo tiempo que la relación entre los personajes evoluciona a lo largo de la película.
Esta identificación de una idea o un personaje con un color es un recurso muy habitual. Por ejemplo, el blanco lo asociamos a personajes puros o inocentes y el negro a malvados. En La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977) hay un claro contraste de colores entre el personaje de Darth Vader y el de Luke Skywalker, y resulta evidente cómo el uso de colores cada vez más oscuros en la vestimenta de este último a lo largo de las sucesivas secuelas nos hace sospechar que ha podido caer al Lado Oscuro de la Fuerza. En esta misma saga, el color de los sables láser también tiene una fuerte carga simbólica y deja claro quiénes son los buenos y quiénes son los malos.
De manera similar, el color puede servir para definir a un personaje: el vestuario gris y anodino del personaje de Edward Norton en El club de la lucha (David Fincher, 1999) contrasta con las coloridas camisas y la llamativa chaqueta del que interpreta Brad Pitt –expresando de forma visual la personalidad y el carácter de cada uno de ellos.
El color también es una herramienta a la que se puede recurrir para enfatizar o poner el foco en algo –todos recordamos la famosa secuencia de la niña con el abrigo rojo en La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993)– o para transmitirnos una información que nos sirva para situarnos en la película, como una ensoñación o un momento temporal distinto al de la narración –por ejemplo, los flashbacks en blanco y negro de Memento (Christopher Nolan, 2000).
Y hablando del blanco y negro: aunque la llegada de lo digital al cine supuso un mundo nuevo de posibilidades, tanto en la captación de las imágenes como en su manipulación en postproducción, el uso del blanco y negro sigue siendo la mejor opción para muchos cineastas. Pablo Berger decidió rodar así Blancanieves (Pablo Berger, 2012), defendiendo que «el blanco y negro es mágico, es más abstracto y es más poético». Este esquema monocromático dota de mayor iconicidad a las películas –como sucede con la reciente El faro (Robert Eggers, 2019) y ayuda a una lectura de conjunto evitando distracciones –Rohmer rodó Mi noche con Maud (Éric Rohmer, 1969) en un blanco y negro naturalista, porque no quería que el color quitase protagonismo a los personajes.
Como veis, el color añade estratos significativos y trasfondo al contenido de una película, y es un recurso narrativo fundamental. Pero, como hemos comentado, la percepción del color es subjetiva y en el cine, como en todo arte, no existen las reglas inquebrantables. Su uso debe responder a las necesidades y el espíritu de la obra, ayudando a contar la historia de la mejor forma posible. Ahora solo queda responder a una pregunta: ¿cuál va a ser el color de tu película?