Introducción al sonido cinematográfico
  Roberto Fernández Fernández
   Edad recomendada: de 13 a 17 años
  
  
  Asumimos  como algo completamente normal que las películas suenen. Lo aceptamos con la misma naturalidad con la que  percibimos el mundo en el que vivimos, repleto de sonidos, y no nos hacemos  preguntas al respecto. Si la banda sonora está correctamente elaborada a  nivel técnico y creativo, pasa desapercibida para la mayoría de los  espectadores. Es precisamente esa característica del sonido la que lo  convierte en una las herramientas más poderosas del lenguaje audiovisual. Y  también en la materia más desconocida para el público. 
  
  El oído es el primer sentido que se activa en los  humanos. Diversos  estudios apuntan que el feto responde a los estímulos auditivos hacia las 16  semanas y al habla alrededor de las 24. Para el inicio del tercer trimestre de gestación,  el bebé ya distingue los elementos sonoros sin problema. La voz de la madre es  la que mejor percibe, pues le llega desde dentro en forma de vibraciones. Además,  puede oír los sonidos extrauterinos y prestar atención a aquellos que le  resultan familiares o placenteros, como la música suave y melódica. Así que  cuando llegamos al mundo exterior, con el nacimiento, estamos más acostumbrados  al ruido que al silencio. 
  
    
    
   La grabación de sonido es  una parte esencial del rodaje de una película (
Badpoet99 / 
CC BY 3.0)
 
  
  
   Pero nuestra rutinas  se vuelve cada vez más visual.  Captamos una gran información de nuestro alrededor gracias al sentido de la  vista, y eso nos permite realizar infinidad de actividades de nuestra vida  diaria. De hecho, el 80% de la información que recibimos de nuestro entorno  nos llega a través de los ojos. El sentido de la vista es el que acapara  nuestra atención y el sonido queda relegado a un segundo plano, en el que opera  de forma menos consciente para nosotros. Procesamos su información muchas veces  sin darnos cuenta. 
 
  
¿Qué escuchamos  ahora mismo, en el lugar en el que estamos? ¿Somos capaces de recordar lo que  hemos oído en el transcurso de nuestra jornada? ¿Podríamos enumerar al menos  cinco sonidos característicos del barrio en el que vivimos? Si respondemos  estas preguntas nos daremos cuenta de que el oído, además de la voz humana y  la música, nos da una gran cantidad de información sobre el espacio en el que  estamos, tanto a nivel geográfico (fauna, sonidos locales característicos),  como en lo referente a dimensiones (la acústica del recinto); sobre la estación  y la hora del día; sobre el tránsito de personas, animales y objetos… y un sinfín  de datos adicionales a los que no solemos prestar atención de forma activa. 
Todos  esos sonidos también están en el cine, pero como en la vida, no  solemos hacernos preguntas sobre ellos. ¿Suenan las películas como la  realidad?¿Cuáles son los distintos elementos sonoros que podemos  encontrar en una obra audiovisual?
  
  
   Los orígenes del  sonido en el cine
   Aunque los libros siempre citan El cantor de jazz (Alan Crosland, 1927) como la primera película  sonora de la historia, la realidad es que el cine estuvo relacionado con el  sonido desde sus orígenes. Thomas Alva Edison inventó, en la década de 1890, el  kinetógrafo, un antecedente de la cámara cinematográfica que ya registraba imágenes  y sonido y que fue, junto con el kinetoscópio, el primer proyector de la  historia. Edison lo creó junto a William Kennedy Dickson, aunque lo patentó a  su nombre. Pero debido, en parte, a la popularidad de los primeros  cortometrajes mudos de los Hermanos Lumière y de las cintas de Charles Pathé,  la comercialización del sonido se retrasó alrededor de veinte años. Las  primeras producciones sonoras se limitaban a piezas cortas como canciones,  sermones o discursos. 
   
  
	  
   Cartel de 
El cantor de  jazz, primera película verdaderamente sonora (
Dominio público)
 
  
    
A partir de 1920 comienza realmente  su recorrido comercial, aunque al principio no dejan de ser imágenes acompañadas  de una música y comentarios grabados en una sala después del rodaje. El  largometraje sonoro de ficción tal y como lo entendemos hoy en día aparece con Don  Juan (Alan Crosland, 1926) y la mencionada El cantor de jazz.
Don Juan, protagonizada por John Barrymore, fue la primera  película comercial de la historia con una banda sonora completa y efectos de  sonido sincronizados. Sin embargo, los diálogos estaban todavía descritos con  intertítulos, al igual que en el cine mudo –es decir, se utilizaban carteles de  texto que aparecían intercalados entre los fotogramas de la película. Su  finalidad era aclarar el significado de la imagen y describir los diálogos, por  lo que la acción cinematográfica y el texto nunca coincidían en pantalla. Además, Don Juan fue concebida y producida como una película muda a la que posteriormente  se añadió el sonido. Por este motivo El cantor de jazz es, para la  historia del cine, la primera película sonora. 
El sistema utilizado para registrar  y reproducir el sonido en este largometraje fue el Vitaphone, el último  sistema analógico de sonido sobre disco y el único que fue ampliamente  utilizado con éxito comercial. La banda sonora no se imprimía en la película  directamente, sino que se publicaba por separado en los registros de fonógrafo.  Estos discos, grabados a 33 1/3 rpm y típicamente de 16 pulgadas de diámetro,  se reproducían en un plato giratorio físicamente acoplado al motor del  proyector mientras se proyectaba la película. 
    
    
   
   
  
  
   Así que podemos afirmar que el cine solamente fue  mudo durante 30 años, un corto periodo de tiempo sin consideramos que tiene  más de 120 años de vida. Además, las películas nunca se proyectaron en  silencio. Durante las primeras dos décadas y media de existencia, el cine  utilizó música instrumental propia del romanticismo para intentar que este  nuevo arte fuera aceptado por las clases altas y aristocráticas, que solían  escuchar aquella música –aunque después de 1910 se alternarían música clásica y  «ligera». 
 
  
La música en  el cine mudo trataba de acompañar los sucesos que ocurrían en pantalla  de una manera exagerada y poco sutil, subrayando su sentido. Se solían utilizar  ritmos rápidos para persecuciones, sonidos graves en momentos misteriosos y  melodías románticas para escenas de amor. La mayoría de las veces consistían en  improvisaciones en directo interpretadas por un pianista o un organista que  tocaba en la propia sala. Normalmente los pueblos pequeños contaban con un  piano para acompañar las proyecciones, pero las grandes ciudades tenían su  propio órgano o incluso una orquesta capaz de producir efectos sonoros. 
A partir de la película El  nacimiento de una nación (David W. Griffith, 1915) surgieron las primeras composiciones  originales y era normal que la música se interpretara con partituras  creadas de forma específica. Las productoras cinematográficas enviaban junto a  las copias de sus películas la partitura de la música que debía interpretarse  durante la proyección de la película.
  
  
   El reto tecnológico y el oído  humano 
   
   Como hemos visto, desde los orígenes del  cine se persiguió conseguir la captación de sonido sincrónico con la imagen,  especialmente el registro de la voz humana. Lograr ese objetivo ha sido  siempre un gran desafío difícil de resolver. En los primeros tiempos del cine  sonoro, la tecnología de la época obligaba a que el actor hablase cerca de los  micrófonos, dirigiéndose a ellos a muy corta distancia. Por ello, los micrófonos  se escondían en los floreros, tras las cortinas o en la peluca de los actores.  Esto suponía una limitación para la libertad de movimientos y la puesta en  escena. En muchas producciones de aquella época se puede apreciar la rigidez de  los actores y su extraña actitud, hablando con los objetos más diversos –algo  que se ilustra de forma memorable en esta  secuencia del clásico musical Cantando bajo la lluvia(Stanley  Donen y Gene Kelly, 1952).
   
  
  
  
   
     Cantando  bajo la lluvia ilustra las dificultades de grabar  sonido directo en la década de los 20 (Dominio público) 
    
   
  
  
    
    
Es complicado entender  estos problemas desde la perspectiva actual, pero pensemos que los primeros  micrófonos no tenían  ni las cualidades técnicas ni la sensibilidad de los que utilizamos hoy en día.  También nos resulta difícil comprender la problemática de la grabación del  sonido porque la comparamos con nuestra propia percepción y con nuestros  sentidos. A pesar de que la tecnología ha evolucionado mucho, el oído humano  sigue siendo el mejor micrófono del mundo: es capaz de captar la información  a pesar de la distancia de la fuente y la mala acústica de los recintos –además  de adaptarse de forma automática a los cambios de intensidad sonora y a las  diferentes texturas.
Un micrófono, sin  embargo, es bastante más torpe que nuestro sistema auditivo. Cuando está colocado  lejos del emisor se ve muy afectado por la acústica y por el ruido, y también  tiene dificultades para registrar con exactitud los cambios de intensidad,  especialmente los extremos de la escala. Es decir, que grabar en una misma  frase un susurro y un grito sigue siendo todo un reto incluso hoy.
Pero la diferencia más importante con nuestro oído  es que este es capaz de discriminar la información que capta, mientras que un  micrófono lo recoge todo. Las personas somos capaces de focalizar nuestra  escucha y centrarla en lo que nos interesa, gracias a nuestro cerebro. Un micrófono  no puede. La percepción que tenemos, como personas, de un estímulo sonoro y del  resultado de la grabación del mismo estímulo, pueden llegar a ser muy  distintas. 
Por  este motivo, el lugar en el que se colocan los micrófonos  durante el rodaje sigue siendo una de las partes más importantes para una  correcta grabación. Para conseguir que esta sea lo mejor posible, el  microfonista dirige el micrófono con una pértiga para que esté situado próximo  a la fuente –generalmente, los actores. No solo es importante la cercanía,  sino que también influye el ángulo de captación y que la posición se mantenga  estable cuando hay movimientos de los actores o de las cámaras. El objetivo  es estar lo más cerca posible del origen del sonido y evitar que el micrófono y  los accesorios que lo sujetan aparezcan en la imagen filmada. Esto requiere  una gran destreza y mucha experiencia (como puede apreciarse en esta grabación de un rodaje).
     
  
    
   
   
  Puede sorprende que,  incluso en la actualidad, el trabajo de una persona consista en sujetar una pértiga  con un micrófono durante toda una jornada de rodaje. Pero lo  cierto es que la libertad de movimientos es mucho mayor con la pértiga que  utilizando trípodes o elementos como las jirafas –que era habituales en los orígenes  del cine sonoro. Este tipo de accesorios cuentan con ruedas y partes móviles  que permiten colocar el micrófono en el lugar deseado, pero no resultan útiles  para seguir con precisión a un personaje ni realizar movimientos complejos. En  los orígenes del cine los movimientos de cámara eran más controlados, la puesta  en escena muy coreografiada y, en general, la planificación más sencilla. Dada  la complejidad del lenguaje audiovisual actual, lo habitual es contar con uno o  más microfonistas que se encargan dirigir los micrófonos. 
  
  Sin duda, el microfonista en uno de  los elementos clave del departamento de sonido en rodaje, que suele estar  formado al menos dos personas –aunque el número crece en función de la  complejidad de la producción. El responsable del departamento es el jefe de  sonido, encargado de tomar las decisiones, dirigir a su equipo y  comunicarse con el resto de los departamentos. Es quien controla la captación  de sonido manejando el grabador, la mesa de sonido y los distintos equipos  implicados en el rodaje. Siguiendo sus indicaciones habrá al menos un  microfonista, aunque en producciones más complejas lo normal es que se trabaje  con al menos dos. Completan el equipo uno o más auxiliares de sonido. 
  
  ¿Son los microfonistas capaces de grabar  correctamente todo el sonido en una producción cinematográfica? ¿Qué sucede  cuando el tamaño del plano o la colocación de la cámara y los actores no nos  permiten usar correctamente las pértigas?
 
  
     
   
     El  micrófono de solapa inalámbrico (con su «petaca») recoge la voz del actor allí donde  la pértiga no puede (BCampbell  - WMF / CC BY-SA 4.0) 
    
   
  
   La realidad es que en todo el  audiovisual que consumimos habitualmente hay micrófonos escondidos que están captando el  sonido junto con las pértigas. Suelen estar ocultos en la ropa de los actores,  pero también, a veces, camuflados en objetos o disimulados en el interior de  los vehículos. Esta técnica, que puede parecer un recurso muy actual, en  realidad fue impulsada por el director estadounidense Robert Altman a  finales de los años 70. Su interés por trabajar con repartos corales y con  puestas en escena complejas, llenas de actores con textos solapados, le llevó a  proponer a sus colaboradores la posibilidad de grabar sonido con más de una  fuente de captación. De esta forma, grabando con varios micrófonos en  pistas de sonido separadas, tenía un mayor control sobre la interacción de  las distintas voces, pudiendo graduar la intensidad de los distintos  personajes. 
 
  
Hoy en día es  común que cada actor lleve un micrófono encima. Esto  permite obtener un mejor sonido en los planos más complejos o cuando los  actores están muy lejos de las cámaras, que son situaciones en las que las pértigas  no suelen resultar útiles. Esconder micrófonos en la ropa de los actores es una  tarea bastante compleja de la que se encargan los microfonistas (tal y como  explica el sonidista Jon Gilbert en este vídeo).
La próxima vez que disfrutéis de una película  probablemente os surgirá la duda sobre el número de micrófonos que están  interviniendo en la escena y dónde están situados. Pero si el trabajo de sonido  ha sido realizado correctamente, todo esto será invisible para el espectador.