El documental como herramienta para conocer y construir la identidad
Sara Bamba
Edad recomendada: de 13 a 17 años
Suele decirse que las personas más jóvenes son nativas digitales y que tienen mucho contacto con lo audiovisual por la enorme cantidad de contenidos de muy fácil acceso que consumen asiduamente a través de plataformas de streaming, YouTube, redes sociales… Lo que no sé es si os habéis planteado que no todos los contenidos que encontramos en la red son contenidos de ficción (y además, que no solo los podemos hallar en las plataformas).
¿Alguna vez habéis pensado que muchos de los vídeos que se cuelgan en internet en las diversas redes sociales son de carácter documental y que, si los juntáramos, tendríamos una película documental de cada persona, de su vida? ¿Os habéis planteado si ese contenido que vemos o publicamos refleja realmente la realidad? Esto es algo que, de alguna manera, ya concibió Richard Buckminster Fuller (así como la educación telemática, por cierto). Fue una interesantísima figura del siglo XX y, si no lo conocéis, podéis aprovechar e investigar sobre él en cuanto tengáis un momento, porque os va a sorprender lo visionario que fue con algunas cosas.
Pero no nos perdamos y volvamos al cine, al documental y a la enorme cantidad de contenido que se cuelga a diario en las redes sociales. Pensemos que el documental, en principio y solo como punto de partida, es lo opuesto a la ficción. En la ficción hay un guion, unos personajes inventados y una historia que no es real. Sí, me podéis decir que hay películas basadas en hechos reales, pero si están ficcionadas no son documentales a no ser que formen parte de él. A esto se le llaman elementos «dramatizados» o «ficcionados», es decir, material de ficción rodado para ilustrar algunas partes de la historia que se quiere contar.
Y sí, también es cierto que el documental tiene un guion para poder trabajar, pero el suyo no es exactamente igual que un guion de ficción. En resumen, podemos decir que el documental pretende mostrar la realidad tal y como es, contarnos una historia que no es inventada, documentar algo que ocurre, ya sea un hecho histórico, la vida de una persona, un crimen sin resolver… (o puede ser de esos que a mí me fascinan, los documentales sobre cine, que también los hay). Y estos solo son algunos ejemplos, porque los podemos encontrar documentales sobre cualquier cosa que os podáis imaginar. Y si no, haced el experimento y mirad la etiqueta «documental» en alguna plataforma en la que tengáis suscripción (como Platino Educa).
¡Ah! Y para añadir algo más de complejidad al asunto, os cuento que existe un tipo de documental interesantísimo que se llama «falso documental» o, en inglés, mockumentary. Para entendernos, sería una película de ficción que pretende parecer un documental. Aquí ya hemos rizado el rizo sobre lo que es real y lo que no. Un caso muy interesante que acaparó premios en festivales este año fue My Mexican Bretzel (Nuria Giménez Lorang, 2020) que, a partir de lo que se llama «material encontrado» o found footage –un material previamente rodado a la elaboración de la película–, hace un interesante ejercicio de ficción. Es decir, convierte un material documental previo en una película de ficción. Sin duda, los límites entre la realidad y la ficción no siempre son fáciles de delinear e investigarlos resulta apasionante. Veamos algo más sobre esto.
Si atendemos a la definición del diccionario de la RAE de ‘documentar’, se nos dice que significa «probar, justificar la verdad de algo con documentos». En el caso del cine, lo haríamos con documentos audiovisuales, testimonios grabados, imágenes. Probar la verdad, mostrar la verdad. Qué difícil esto, ¿no? «Contar la verdad» suena como un concepto muy grande, sobre todo si pensamos que detrás de esa película documental siempre habrá una persona que la dirige y dará su punto de vista. Alguien que, aunque filme la pura realidad, no podrá evitar dar su visión personal en cierto modo –dependiendo de a quién entreviste, cómo monte esas imágenes o qué música elija, por poner solo algunos ejemplos.
Simplemente dependiendo de si colocas la cámara más cerca o más lejos de la persona que entrevistas, en qué lugar sitúas a esa persona o si la filmas con una óptica u otra, ya estás tomando partido por una forma determinada de contar las cosas. Imaginad que enviamos a tres personas al mismo sitio para rodar un documental, por ejemplo, sobre el cambio climático; cada una de esas tres personas rodaría una película completamente diferente que nos contaría algo distinto sobre un mismo tema. Ese es el punto de vista, indudablemente. Y no olvidemos algo muy importante: sea documental o ficción, siempre estamos narrando, siempre contamos una historia.
Una vez que hemos visto que la verdad y la realidad son lo más importante en el documental (sea lo que sea que entendamos por estos conceptos, que podríais debatir ampliamente en clase, por ejemplo relacionándolos con las fake news), vamos a hacer un breve viaje a los orígenes del cine porque, curiosamente, lo primero que se rodaron fueron piezas que no eran de ficción. Quizá, sin ni siquiera saber bien lo que estaban haciendo, porque simplemente se limitaban a recoger lo que veían con una cámara. Eso sí, lo hacían en movimiento, algo que hasta ese momento era imposible y que constituía un hito que iba a suponer el nacimiento de un nuevo arte.
De hecho, una de las primeras proyecciones que se hicieron en la historia fue la de La llegada de un tren a la estación de La Ciotat (Auguste Lumière y Louis Lumière, 1896), que mostraba sencillamente lo que dice su título. La impresión que causó ver aquella locomotora aproximándose una pantalla por primera vez fue tan grande que, según la leyenda, varios espectadores salieron huyendo despavoridos. Esto, aunque nos parezca un hecho lejano, nos puede hacer reflexionar sobre algo importante. No debemos pensar en el documental solo como un formato con entrevistas. El documental es observación y es escucha. Además, comparte elementos narrativos cinematográficos con la ficción, y puede contener imágenes impactantes que causen una honda impresión en el espectador –como fue el caso del propio tren de los Lumière o de cualquier película de ficción que imaginemos. Podemos recurrir aquí a esa frase hecha que tantas veces hemos oído: «la realidad supera la ficción».
Después de estas primeras piezas documentales que constituyeron el inicio del cine, las personas que se dedicaban a ese incipiente arte se fueron dando cuenta de que podían contar historias inventadas y ficcionar la realidad. De este modo, comenzaron adaptando cuentos populares para la gran pantalla con herramientas visuales aún muy rudimentarias. Pensad, por ejemplo, que, al principio, no había montaje, no se manejaban los valores de plano con una intención narrativa o dramática, y tampoco había sonido. Un buen y temprano ejemplo de estas primeras ficciones es El hada de las coles de la cineasta Alice Guy, un cortometraje de 60 segundos estrenado en 1896 –lo cual lo convierte no solo en la primera película dirigida por una mujer, sino también en la primera muestra de cine de ficción. Lo curioso de este tipo de piezas es que se acercan mucho a lo que podríamos considerar documental y, sin embargo, ya son ficción.
Aunque la ficción entrase a formar parte del cine y se fuera haciendo cada vez más compleja y sofisticada a lo largo de los 120 años de historia que tiene este medio, el documental no desapareció sino que siguió evolucionando. Incluso parece aceptado que, en ciertos momentos de la historia del cine –como durante el cine soviético de principios del siglo XX o el neorrealismo italiano de la posguerra– se produjo una interesante hibridación entre la ficción y el documental, revolucionando lo que se estaba haciendo en ficción por entonces. En los años treinta, por ejemplo, el cine documental fue fundamental como instrumento político y de crítica social. Dziga Vertov llamó a este tipo de cine el «cine-ojo», tratando de buscar la objetividad y el realismo. Y es que hay algo que aún no hemos comentado: en muchas ocasiones, el cine documental tiene un importante componente de crítica o denuncia y es utilizado para poner de manifiesto situaciones de injusticia social que, de otro modo, quizá quedarían silenciadas u ocultas.
De la misma manera, a lo largo de la historia el documental ha permitido que conozcamos realidades que nos eran lejanas o ajenas, llevándonos a empatizar con otras culturas. Un caso muy conocido es el de Nanuk el esquimal, un documental rodado por Robert J. Flaherty –para muchos el primer gran documentalista de la historia. La película data de 1922 y recoge en imágenes sus vivencias durante el tiempo que pasó con los inuits (los habitantes de la tundra ártica), tratando de retratar su estilo de vida. Siempre se destaca de este trabajo su honestidad y la poesía que logra transmitir con sus imágenes. El documental permite mirar hacia fuera, pero también hacia dentro de la propia persona que lo crea, construyendo así su identidad. Es introspección y autoconciencia de quiénes somos y de quiénes son las demás personas que nos rodean.
A lo largo del tiempo, el documental no ha dejado de reinventarse, de ampliar su mirada, de transformarla y de seguir buscando nuevas formas de acercarse a la realidad para contar las historias que hay en ella. Los trabajos documentales no suelen ser tan conocidos como los de ficción y hay festivales (Alcances, Documenta Madrid, Docs Barcelona) y asociaciones (DOCMA) que se dedican específicamente a estas películas para contribuir a su difusión –que, por suerte, es cada vez mayor. Os animo a ver documentales porque en ellos vais a encontrar una fuente muy interesante de conocimiento y reflexión, y una mirada particular hacia la realidad que nos rodea –lo que os ayudará también a alimentar vuestro espíritu crítico y vuestra capacidad de análisis.