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Otra mujer: Silvia Pinal en el cine de Luis Buñuel
Publicado el 21/01/2025
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Tras el fallecimiento de Silvia Pinal el pasado 28 de noviembre, muchos recordamos la enorme importancia que la actriz tuvo en el cine de Luis Buñuel. Y es que Pinal imprimió un sello de autenticidad que, sumado a la singular cinematografía del aragonés, produjo una relación que prevalece a lo largo del tiempo. Pues aunque solo fueran tres las películas de Buñuel que la mexicana protagonizó, en cada una de ellas quedó patente una hoja de ruta tan sugestiva como determinante.

Buñuel, muy inteligente, supo apreciar el potencial cinematográfico de Pinal desde la primera colaboración entre ambos. Y esto no era tarea sencilla, dado que el cineasta aragonés siempre tuvo un ego muy particular. Le costaba reconocer, por ejemplo, que muchas de sus grandes películas partieron de la narrativa de Benito Pérez Galdós –es más, quizá por deferencia, el escritor aparecía al final de los créditos y por insistencia del productor. También es cierto que la capacidad creativa de Buñuel lograba hacer suya cada historia del canario y la trasladaba a su universo particular.

La mezcolanza de ese imaginario envuelto en una infancia aderezada por el surrealismo con la fisonomía y calidad interpretativa de Pinal dio lugar a esas tres películas que hicieron juntos, tan dispares pero con tantos puntos en común, en las que Pinal aportó luz al extraordinario y controvertido imaginario de Buñuel.

La primera colaboración fue posible a través del productor Gustavo Alatriste, por entonces marido de Silvia Pinal, y por la sugerencia de la propia actriz para que fuera Buñuel quien dirigiera Viridiana (1961). Todo tenía su origen, una vez más, en Galdós y en su novela Halma (1895). Buñuel tuvo muy claro que el marco en el que había de englobarse Halma, a la postre Viridiana, era en el Quijote y por supuesto en los Evangelios.

Viridiana (Luis Buñuel, 1961)

La mujer que da título a la película sufre un desengaño y posteriormente cambia. En este sentido, señalaba Buñuel que Viridiana no deja de ser un Quijote femenino. Defiende a los mendigos y estos, tal y como hiciesen los presos de galeras con Don Quijote, responden atacándola. Tanto Alonso Quijano como Viridiana regresan al mundo tal y como este es: una vuelta a la realidad tras un sueño por momentos desquiciado.

La interpretación de Pinal en Viridiana es sencillamente magnífica. Muestra toda esa inocencia mezclada con un grado muy honesto de determinación. Y añade algo enigmático a la película. Cabe preguntarse qué hubiese pasado de mantenerse la primera opción que Buñuel tenía para el final, en el que Viridiana ocupaba el puesto en la cama de la sirvienta Ramona. Por otro lado, la película respira cierto aroma de Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958), algo que no resulta difícil de apreciar debido a la proximidad del tiempo. Pero el guion de Buñuel y Julio Alejandro es muy hábil e imprime un aire surrealista único, que encuentra en Pinal la pieza clave con la que todo encaja. Consciente del poderío de un texto que, en sí mismo, casi contenía la película ya montada, la actriz se entrega al personaje exhibiendo una gama interpretativa repleta de complejidades.

Viridiana apenas logró que Buñuel se hiciera un hueco en el cine español. Lo cierto es que una película de semejante envergadura fue considerada casi inexistente por la cinematografía española del momento. Ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes, pero como cinta apátrida, pues España le negó la nacionalidad. La mezcla de Galdós y los sueños de infancia de Buñuel con los guiños a Goya y con diversos homenajes pictóricos, como el de La última cena de Leonardo da Vinci, conferían a la historia unos ecos deslumbrantes que realzaban cada escena de la película.

El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962)

Pinal y Buñuel volvieron a trabajar juntos en El ángel exterminador (1962). A estas alturas, buscar explicaciones a la película sería ridículo. Se trata de un título enigmático y atrayente –figura en el Apocalipsis– que, de nuevo, encuentra en Pinal la figura determinante. Y es que su papel como Leticia «La Valquiria» es clave a la hora de encontrar posibles significados. El caos desatado encuentra su orden en una Pinal que contribuye al dinamismo de la historia y ofrece un respiro a ese espectador que, inúltimente, busca respuestas claras. Las múltiples repeticiones que nos presenta la historia de Buñuel y Luis Alcoriza no solo se revelan como necesarias sino que además abrieron una vía narrativa –no en vano Persona (Ingmar Bergman, 1966) empleó el mecanismo repetitivo, aunque de otra manera. La cinta de Buñuel convirtió definitivamente a Pinal en un referente internacional, y hoy resulta imposible no admirarla cada vez que sale en plano.

La tercera y última colaboración entre la actriz y el director fue Simón del desierto (1965). Película célebremente controvertida, más que por su irreverente temática, por haber acabado siendo un mediometraje debido a la falta de medios. ¿Se podría entender el filme sin Silvia Pinal? Imposible. La reducción de la potente historia de Buñuel y Julio Alejandro hace que la presencia de la actriz se convierta en el eje que atrapa al espectador. Pinal encarna la tentación que representa la modernidad frente al estatismo ascético del santo estilita. Las numerosas capas que se pueden apreciar en el trabajo de la actriz demuestran su enorme potencial frente a la cámara. Por otro lado, su capacidad para el humor provocativo y su creatividad interpretativa benefician enormemente al planteamiento de Buñuel, que no deja de ser un ataque socarrón a ciertos motivos y principios religiosos.

Simón del desierto (Luis Buñuel, 1965)

Hoy que tanto se busca refugio en la agrupación de títulos, ¿podría decirse que estas tres colaboraciones componen una trilogía? Sin duda, las tres películas encuentran su identidad propia en ese genial diálogo de Buñuel con su imaginario. Y al mismo tiempo, ninguna sería lo que es sin la presencia y el trabajo de Silvia Pinal, cuya decisiva contribución al cine del aragonés nadie puede cuestionar.

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