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Fernando Fernán Gómez, la genialidad del actor (1 de 2)
Publicado el 27/06/2024
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Como actor, Fernando Fernán Gómez mostró una poliédrica capacidad para generar admiración entre los espectadores. Nacido en Lima en 1921 pero registrado en Buenos Aires, con nacionalidad argentina y, a partir de 1984, también española, este gigante de la interpretación peleó en todos los escenarios –aunque dejaremos para otra ocasión su extraordinaria carrera como autor y actor teatral o, incluso, su creación literaria, tan deslumbrante como todo aquello en lo que se embarcó.

Fernán Gómez fue un actor versátil que trabajó en películas buenas, malas, regulares y extraordinarias. Uno de sus primeros éxitos como actor fue en Balarrasa (José Antonio Nieves Conde, 1951), donde perfiló soberanamente bien el complejo personaje del capitán Mendoza del ejército franquista en plena guerra civil que se convierte, o así lo pretende, en sacerdote al terminar la guerra. Muy pocos poseían las dotes interpretativas para llenar esas dos personalidades, tan distintas y distantes la una de la otra, y acabar siendo reconocido por la calle como «Balarrasa».

Ninette y un señor de Murcia (Fernando Fernán Gómez, 1965).

Solo enumerar la filmografía de Fernán Gómez como actor desborda cualquier resumen, es tarea infinita. Pero cómo no citar El último caballo (Edgar Neville, 1950); Esa pareja feliz (Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem, 1951); Manicomio (Luis María Delgado y Fernando Fernán Gómez, 1954), con la que además inició su extensa carrera como director; El guardián del paraíso (Arturo Ruiz Castillo, 1955); La vida por delante (Fernando Fernán Gómez, 1958); La vida alrededor (Fernando Fernán Gómez, 1959); la desternillante La venganza de don Mendo (Fernando Fernán Gómez, 1961), la magistral El mundo sigue (Fernando Fernán Gómez, 1963) y la divertida Ninette y un señor de Murcia (Fernando Fernán Gómez, 1965), todas dirigidas por él; Un vampiro para dos (Pedro Lazaga, 1965); Ana y los lobos (Carlos Saura, 1973); Pim, pam, pum... ¡Fuego! (Pedro Olea, 1975); la extravagante y maravillosa ¡Bruja, más que bruja! (Fernando Fernán Gómez, 1977); Mamá cumple 100 años (Carlos Saura, 1979); Stico (Jaime de Armiñán, 1985); La corte del Faraón (José Luis García Sánchez, 1985); La mitad del cielo (Manuel Gutiérrez Aragón, 1986); una de sus obras cumbre en tanto que actor y director como es El viaje a ninguna parte (Fernando Fernán Gómez,1986); Belle Époque (Fernando Trueba 1992); Esquilache (Josefina Molina, 1989); El abuelo (José Luis Garci, 1998); La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999); En la ciudad sin límites (Antonio Hernández, 2002) o Tiovivo c. 1950 (José Luis Garci, 2004).

El viaje a ninguna parte (Fernando Fernán Gómez, 1986).

Y esa sería solo una brevísima selección de las decenas y decenas de películas en las que Fernando, con su interpretación siempre brillante y contundente, plena en la pantalla, llenaba esta por completo, desplegando un enorme catálogo de recursos gestuales y verbales. ¡Qué tono de voz! ¡Qué modulación según las características del personaje a desarrollar! ¡Qué presencia la ese pelirrojo larguirucho al que recrea en el Luisito de Las bicicletas son para el verano, su obra maestra teatral llevada al cine por Jaime Chávarri en una soberbia adaptación homónima de 1983.

Se pierde uno en adjetivos al describir su labor como actor cinematográfico, pues Fernán Gómez figura, con razón, en el Olimpo de los grandes actores españoles de todos los tiempos, compartiendo podio con Francisco Rabal, Pepe Isbert, José Luis López Vázquez, Rafael Rivelles, Fernando Rey y otros cuantos. No obstante, lo que más asombra y deslumbra en él es su dicción: es tal que hoy no solo debería ser ejemplo para todos los actores que comienzan y para más de uno que está en plenitud profesional, sino también convertirse, esa dicción modulada, en aprendizaje obligatorio para cada personaje a interpretar, una suerte de manual de referencia. Y no tanto por imitar su voz, por otro lado inimitable, sino más bien por el cuidado, la sensibilidad, el respeto y la profesionalidad con que buscaba y pronunciaba cada frase y se recreaba en cada expresión.

Dejando pues de lado su faceta de director (a la que dedicaremos un próximo artículo), podemos decir que el gran aprendizaje de su carrera interpretativa fue que no vale con identificarse con un solo tipo de personaje, sea este el galán, el bueno, el malo, el tímido, el arrogante, el cobarde, el pendenciero, el marido ejemplar, el marido salvaje, el extravagante, el seductor, el exótico o el pirado. Porque Fernán Gómez fue todos y cada uno de los que interpretó: siempre de manera diferente, pero siempre siendo él mismo. Si en la primera mitad del siglo pasado los espectadores acudían a la sala atraídos por tal o cual actor o actriz, y en la segunda en busca de uno u otro cineasta, nuestro inconfundible pelirrojo sobresalió siempre en ambas labores, brindándonos historias envenenadas de humor, melancolía, tragedia y, sobre todo, compasión con sus personajes.

Esquilache (Josefina Molina, 1989).

He aquí una breve muestra de su versatilidad: hizo de sereno, de licenciado del servicio Militar encariñado con un caballo, de empresario de zarzuelas, de profesor trastornado, de director de Abastos (y su estraperlo), de desdichado director y actor por los campos de Castilla machadianos (en una compañía que bien podría haber estado integrada por cómicos de la legua medievales); de abuelo galdosiano, de vampiro, de joven esposo y también de esposo obsesionado hasta el delirio por acertar una quiniela, del noble don Mendo y querido maestro que enseña a sus alumnos cómo es la lengua de las mariposas… Y en todos esos papeles (y muchos otros) derrochó genialidad, exhibiendo una propiedad, un acervo, un don que salta sobre las aulas de los centros de interpretación, que se pule y se cuida, se mima y se (de)muestra.

Menudo actor, Fernando Fernán Gómez. Y menudo carácter, tanto en el sentido que le da la lengua española como en el que le otorga la lengua inglesa. Escribe el también magistral actor Emilio Gutiérrez Caba en el prólogo al libro El universo de Fernando Fernán Gómez (Juan Luis Álvarez, 2021): «Un ser bondadoso es alguien que entrega a los demás algo de sí mismo a través de lo que dice y hace. […] Trató de dignificar el papel que las actrices y los actores debían desempeñar en la sociedad y le mostró a ésta que se pueden ejercer con maestría varias disciplinas dentro de las artes escénicas». Sea.

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