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‘El crack’, modelo de cine negro español
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Cartel El crack (Filmin)

El cine negro español, sobre todo el de la década de los años cincuenta del siglo pasado, no ha recibido el reconocimiento ni ocupa el lugar que le corresponde. Quizá porque pareciera este un género cinematográfico alejado del drama y la comedia, tan característicos de una historia fílmica arraigada en el costumbrismo. Y, también es bueno recordarlo, porque durante esa década la censura hacía bien complicado acercarse a los asuntos más propios del género –asesinato, corrupción, delincuencia, mafias domésticas, sexo–, al tratarse de tipologías y hechos incómodos para la dictadura.

En 2013, José Luis Garci publicó el libro Noir (Notorius Ediciones), donde, de manera documentada y exhaustiva, pero también personal, da una vuelta de tuerca a un género cinematográfico que caracteriza y define el siglo XX. De sus brillantes páginas, que expresan un fervor mágico por la maravilla del cine, el lector extrae una primera conclusión: cuando hablamos de cine negro no nos referimos solamente al thriller, ni a un cine policiaco a medias, o exclusivamente de suspense, o limitado a las historias de gánsters, ladrones de bancos, sonoros pufos financieros o estafas –por amor– a entidades de seguros.

El noir es un género híbrido y su definición, más allá de los trazos eruditos y las apostillas elegantes, debería ser una sensación, una tensión, una fotografía de las sociedades del siglo pasado. Porque el cine negro lo acapara todo, es el presente. Como señaló escritor de novela negra Jean-Patrick Manchette: «Hoy todo el mundo es Chicago». El Chicago de los años treinta, se entiende. Aunque bien podríamos decir el Madrid de los setenta y ochenta, el que aparece en la trilogía de El crack que dirigió Garci: solvente y espléndido cine negro en español que merece ser subrayado y admirado.

El crack (1981)

Lo noir ha impregnado cada respiro de las sociedades contemporáneas. Lo reconocemos en la corrupción de políticos y fuerzas del orden: «No te fíes de un policía, en cualquier momento es capaz de cumplir con la ley», se dice en La jungla de asfalto (John Huston, 1950). Pero también en la de empresarios y deportistas (con frecuencia boxeadores). O en la de ciudadanos mondos y lirondos.

Está en la soledad de esas habitaciones de hotel en las que cada viajante parece habitar un cuadro de Edward Hopper. Está en la errancia, el vagabundeo, el trapicheo de dinero, de apuestas, de vidas, de ilusiones. En el tráfico de drogas (incluido el alcohol), los pelotazos, los ajustes de cuentas por deudas o traiciones, las especulaciones inmobiliarias. Y ahí en medio, una corte de los milagros: el anónimo detective privado, el policía honesto y, por supuesto, la femme fatale. Mujeres sin hijos, sin familia, atractivas, valientes, atrevidas, como las de Perdición (Billy Wilder, 1944), Perversidad (Fritz Lang, 1945) o El demonio de las armas (Joseph H. Lewis, 1950). Mujeres que deambulan por los claroscuros de calles, apartamentos de alquiler, muelles, bares de copas o despachos destartalados. Y con una obsesión, como se dice en Detour (Edgar G. Ulmer, 1945): «El único problema del dinero es que hay poco» (o con su consecuencia: «el destino siempre te pone la zancadilla»).

En definitiva, el noir muestra las miserias de una sociedad enfangada en la ambición y la lucha de poder. Y trasladar todo ese universo extraordinario de la historia de la cinematografía al ámbito de la España contemporánea tenía sus riesgos. Pero Garci los solventó de manera singular, apoyándose en la sobresaliente interpretación de su protagonista, el detective Areta, por parte de un formidable Alfredo Landa.

Ya en la primera entrega de El crack el cine se hace vida y la vida, por fin, se hace cine. Parece como si el tiempo no hubiera hecho mella en la película desde su estreno en 1981. A contrario, el paso de los años le ha añadido una pátina de prestigio insoslayable. Porque sí, cabe hablar de El crack, con sus más de cuarenta años de vida, como un clásico del cine español.

Una película que comienza en un bar donde el protagonista es amenazado por un vete a saber qué, y que la respuesta del detective sea: «Dame el mechero o te quemo los huevos», ya induce a pensar que aquí no solo empieza una historia, sino también un gran personaje. Tranquilo, errante, desencantado, sentimental, certero y, además, con una firmeza, una discreción y una dignidad fuera de toda duda.

Vale recordar aquí la diferencia establecida por Garci entre «películas» y «filmes»: con ella, el director advierte de cómo la mirada distingue, con sutilezas diversas, los modelos y las claves. Para él, El padrino (Francis Ford Coppola, 1972) es una película, mientras que el El amigo americano (Wim Wenders, 1977) es un filme. Adiós, muñeca (Dick Richards, 1975) y A quemarropa (John Boorman, 1967) son películas; Sed de mal (Orson Welles, 1958) o Gloria (John Cassavetes, 1980), filmes.

El crack (1981)

Garci señala El último refugio (Raoul Walsh, 1940) como obra fundacional del género noir porque considera que «en ella está todo»: del fatalismo romántico a la mala suerte, de los gánsters a la soledad y el aburrimiento, la América de Hopper, de neones y vías de tren, de pequeñas ciudades de calles vacías, de gente que viaja. Sin embargo, el cineasta también asegura que, desde hace unos años, apuesta por aquel cuento de Ernest Hemingway titulado «Los asesinos» (1927) como verdadero lugar de nacimiento del noir.

Se trata, en cualquier caso, de un cine a la vez popular y culto. Un cine que es, en palabras de Garci, «una emoción, un sentimiento complejo, un mundo de imágenes (muy chiaroscuro, muy Caravaggio) en el que las viejas mitologías se ensamblan, de forma asombrosa, a las nuevas realidades. […] La antropología del cine negro es una emoción sin límites».

Una emoción que el espectador percibe sin notarlo y que pervive cuando, tras aparecer en la pantalla la palabra «FIN», uno repasa cada tramo de la película y descubre que, más allá del género, surge una visión del mundo, de las relaciones, del amor, de la traición, de la lealtad, de la mentira. «Este mundo huele muy mal, hace mucho tiempo que está lloviendo mierda», asegurará Areta. «En mi oficio es donde más se nota, aunque a mí el olor me tiene ya sin cuidado. Pero lo que no me gusta es que traten de engañarme. Quien me pide que ponga la verdad en su mano tiene que empezar poniendo su verdad en la mía».

Esa verdad es la que recorre cada fotograma de la saga de El crack y su espléndida galería de personajes: Alberto «el Guapo» (Manuel Tejada), Cárdenas «el Moro» (Miguel Rellán), don Ricardo (José Bódalo), Carmen (María Casanova), Rocky (Manuel Lorenzo), don Gregorio (Arturo Fernández)… La búsqueda y el encuentro, el laberinto de la jungla de asfalto, el Madrid de aquellos años. Y en medio de todo, la soledad de Areta, que impregna de melancolía los pasos justos y medidos del genial detective.

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