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Del jardín al laberinto: en torno a Picasso
Publicado el 29/09/2025
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El especial que Platino EDUCA dedicó a Pablo Picasso (Málaga, 1881 - Mougins, 1973) coincidiendo con la 24ª edición del Festival de Cine de Málaga, ofrece a la comunidad educativa más joven un recordatorio sobre la razón y sentido de su obra, centrándose en una figura mítica: el laberinto. Fue el escritor argentino Jorge Luis Borges quien advirtió que el auténtico laberinto es el desierto: zonas llanas donde cada línea semeja un espejismo de infinitos senderos que se bifurcan. El jardín y el laberinto son los fundamentos de la página en blanco para el escritor, de la superficie plana para el pintor. Un jardín onírico como el de Hieronymus Bosch, poblado de sueños, fantasmas, cosas amenazadoras, escenas del amor cortés y escenas surgidas del encuentro entre el sueño y la vigilia. Al cuadro llegan las experiencias más inquietantes. Es un lenguaje universal, ese «ydioma Universal» que destacara Goya en la pintura.

El jardín se transforma en fantasmas dionisíacos, las palabras son la naturaleza, descubren el interior de lo que se denominó el «ojo de la época». ¿Qué época? ¿Serán todas las épocas? Del Jardín de las delicias del Bosco al Minotauro de Picasso se extiende un hilo invisible, un itinerario secreto de búsquedas plásticas con un solo reflejo: el laberinto. Minotauromaquia, Pablo en el laberinto (2004) es un formidable cortometraje de animación dirigido por Juan Pablo Etcheverry y nominado al Goya a Mejor Cortometraje de Animación, en el que, bajo la sombra del extraordinario aguafuerte picassiano de 1935 que tanta trascendencia tendría en el movimiento surrealista francés–, se descubren las sombras, las asechanzas, los temores y el vértigo de una mitología cultivada por Picasso a lo largo de su obra. Aparece el mito del minotauro –mitad hombre, mitad toro, nacido de la unión de Pasífae, mujer del rey Minos, y un toro–, y la caverna, el Dédalo de la cripta. La galería de espectros y seres creados por la imaginación que persiguen a un Picasso encerrado entre sus cuatro paredes y los pasadizos claustrofóbicos del laberinto constituye la trama argumental. Cubismo, primitivismo, mitología: es un viaje a la semilla del acto de la creación.

Minotauromaquia, Pablo en el laberinto (Juan Pablo Etcheverry, 2004).

Esas paredes recuerdan a otra de las grandes recreaciones del minotauro como es el caso del relato 'La casa de Asterión', del citado Borges. A Picasso, en el angustioso recorrido de apenas once minutos que presenta el cortometraje de Etcheverry, se le presenta el espectro de sí mismo –algo quizá solo posible de realizar plenamente en el filme de animación–, lo que influye en el devenir fascinante de su obra. Él mismo llegaría a confesar: «Si se marcaran en un mapa todos los itinerarios que he recorrido y se unieran con una línea, ¿no aparecería quizá un minotauro?». Sí, el otro que espera al otro lado de la creación. Ya señaló el visionario inglés William Blake, en el siglo XVIII, que «todo lo que es posible creer forma parte de la realidad».

Una realidad dual que se nutre de los mitos como reclamo de un pasado siempre a reinventar y un presente plenamente contemporáneo. Destacaba Calvo Serraller cómo Picasso «a partir de 1906 empieza a interesarse por el modelado y los volúmenes, y se hace patente en su obra la influencia del arte egipcio y de la escultura griega e ibérica, así como ciertas notas arcaizantes en la simplificación y desproporción de las figuras». Le añadirá, ya en 1935 con su Minotauro, un impulso notable a la violencia expresiva que constituye la clave y el significado del corto de Etcheverry.

Minotauromaquia, Pablo en el laberinto (Juan Pablo Etcheverry, 2004).

Violencia forjada en una sucesión de imágenes animadas, cercanas al subconsciente, que definirá su posterior obra con la cercanía al surrealismo. No es casual que una de las revistas de mayor calado, proyección e influencia del movimiento surrealista, Minotaure, dirigida por George Bataille y André Masson, tomara a esta figura como metáfora y símbolo. Pero símbolo, también, para Picasso, quien encuentra en el minotauro una proyección fatal de la creación. En el corto es perseguido, asediado por sus propios personajes, quienes desvelan el lado oculto, obsesivo, en una poderosa iconografía cinematográfica que altera el pulso del espectador y se adentra, como las Pinturas Negras de Goya, en la perturbación que provocan los sueños, los seres surgidos de una falsa vigilia.

Personajes que quieren volar libres, ajenos a su propio creador y que éste contempla con asombro y vértigo. Un viaje tenebroso y gozoso al fin de la noche, al fin último de la creación artística, a los vericuetos sagrados de esa competición con Dios, en una ceremonia que enfrenta lo apolíneo y lo dionisiaco. Una fiesta de los sentidos. Un mapa imaginario que recorre las estancias que van del jardín al laberinto.


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