Ni una sola línea (Víctor E.D. Somoza, 2017) es un cortometraje de comedia que, a través de la estructura narrativa del género cinematográfico de atracos, relata la planificación de un robo por parte de dos entrañables abuelitas.
Encarna y Rosario no pueden ni quieren vivir los últimos años de su vida con tranquilidad. La primera tiene una pensión ínfima que comparte con su hija y sus nietos. La segunda guarda en secreto su inminente partida a una residencia debido a que no cuenta con dinero para su manutención. Además, están hartas de ser menospreciadas por su edad por su propia familia y la sociedad. Entre la presión económica y la rebeldía se deciden a cometer un acto casi surrealista para ellas: atracar el bingo.
Esta historia esperpéntica se narra en tono cómico, para ironizar sobre la realidad, y se inscribe, como ya se ha indicado, en el género de atracos. Este se caracteriza por dos rasgos principales: la identificación del público con los criminales y que gran parte de la trama muestra el plan del robo.
Se trata de un relato clásico con inicio, nudo y desenlace, que se vale de un montaje ágil para jugar inteligentemente con los espacios mentales de los personajes y conferir ritmo, creatividad y sensibilidad a la historia. Por ejemplo: cuando las mujeres están repasando los pasos de la huida, se intercala el espacio de la cafetería con el bus que las lleva al bingo, al cementerio y en el que van a escapar. O más adelante: Guadalupe descubre el secreto de Rosario y la acción termina transcurriendo en la residencia de ancianos.
Ni una sola línea está sostenida por una brillante construcción de los dos personajes protagonistas, tanto desde el guion como desde la interpretación, la dirección y la caracterización, que lleva al espectador a comprender e identificarse con sus motivaciones y temperamentos. Todos los elementos cinematográficos del corto giran alrededor de un texto brillante que permite al director desarrollar ideas altamente expresivas y una narración divertida, dinámica y completa, sin cabos sueltos.
Con humor mordaz, Ni una sola línea nos enfrenta a un aspecto social de primer orden, aunque habitualmente ignorado:, los derechos de las personas mayores y especialmente los de las mujeres. En la sociedad de consumo donde nos encontramos inmersos, para la cual todo es un producto, los seres humanos también se han transformado en un objeto fungible con fecha de caducidad. En consecuencia, cuando termina la productividad económica las personas son relegadas, pasándose por alto su experiencia, conocimientos y demás capacidades propias de la madurez. Y esto no solo es injusto y excluyente: es también un gran desperdicio.
Por lo anterior, es necesario saber, reconocer y ejercitar que los adultos mayores cuentan con los mismos derechos que el resto de la población, pero también con una serie de prioridades y necesidades de protección relativas a su independencia, su participación, sus cuidados, su realización personal y su dignidad. Ni una sola línea aborda las vulneraciones cotidianas a las que se ven expuestas mujeres de edad avanzada y que se encuentran completamente normalizadas en la comunidad. Sin embargo, y esto es lo más interesante, las protagonistas de la historia no se resignan: son rebeldes con causa que deciden luchar por su integridad humana.
Ni una sola línea es un corto apropiado para trabajar educación en valores con estudiantes de Secundaria, y con alumnado de asignaturas de realización audiovisual, escrituras creativas, expresión artística y creativa de Secundaria, Formación Profesional y Grado Universitario.