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Autor/a: Charo Moreno
Héroes, antihéroes y villanos
Publicado el 24/02/2025
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«Un héroe puede ser cualquiera. Incluso un hombre haciendo algo tan simple y tranquilizador como poner un abrigo alrededor de los hombros de un joven para hacerle saber que el mundo no ha terminado».

Batman


En noviembre de 2021 se estrenó en España My Hero Academia: Misión Mundial de Héroes (Kenji Nagasaki, 2021), la segunda película de la popular saga de superhéroes de anime (o animación japonesa), que en poco tiempo superó los 40 millones de dólares de recaudación mundial. Su «fórmula secreta» es tan sencilla como atractiva: héroes profesionales entrenan y enseñan a alumnos a convertirse, a su vez, en héroes. Una escuela de heroicidad similar a la que ya nos mostraba la exitosa saga de X-Men, adaptación de los cómics de Marvel, en la que los jóvenes mutantes eran instruidos para controlar sus poderes y usarlos en pos del bien.

Y una se preguntó entonces: ¿es que los héroes tienen que pasar por un curso de formación? Pues sería fácil pensar que, tratándose de personas especiales con condiciones innatas, estos personajes tendrían una predisposición automática a desempeñar una función sublime en favor de los demás. En otras palabras: yo creía que los héroes nacían, no se hacían.

Esa convicción me ha llevado a buscar en la mitología griega, donde el arquetipo de héroe está muy bien definido. Hablamos de un individuo que puede o no descender de dioses, pero que en cualquier caso está llamado a realizar una serie de hazañas y a enfrentarse a grandes peligros: buscar un tesoro con no pocas dificultades (Jasón y los argonautas), regresar a su hogar después de un viaje accidentado (Ulises), fundar una nueva patria (Eneas) o descender al infierno para rescatar a su amada (Orfeo).

Ulises y las sirenas de John William Waterhouse (1891)

Esas historias sí encajan con mi idea de héroe, y de hecho son las que han llenado los cómics y las salas de cine. Tanto los poemas épicos de la Ilíada, la Odisea o la Eneida, como los personajes que en ellos aparecen, se trasladaron a la gran pantalla, de una u otra forma, desde los mismos inicios del cine. Por citar solo algunas de las primeras: la magistral Orfeo (Jean Cocteau, 1950), la taquillera La odisea (Mario Camerini y Mario Bava, 1954) o la icónica Jasón y los argonautas (Don Chaffey, 1963).

Pero no son pocos los autores que defienden que todos los héroes, antihéroes y villanos que hoy conocemos a través del cine tienen su base en los mitos y leyendas de la Antigua Grecia. Y yo estoy de acuerdo con ellos. Llegué a esa conclusión por una de las asignaturas de mi curso de doctorado en la que, con ese mismo punto de partida, hicimos un recorrido por los argumentos universales que el cine ha ido utilizando a lo largo de su historia. Para un análisis detallado de cómo esto es así, recomiendo el libro La semilla inmortal. Los argumentos universales en el cine, de Jordi Balló y Xavier Pérez (Anagrama).

Mitos aparte, lo que es evidente es que el séptimo arte ha creado, a partir de esas raíces universales, un género propio con un impacto cultural y comercial extraordinario. Y aunque hoy estas películas tengan una difusión y una influencia cada vez mayores en los públicos de todas las edades, no debemos olvidar que su origen está en los cómics o tebeos infantiles que empezaron a popularizarse en la década de los 30. Fue por entonces cuando dos empresas rivales, Detective Comics (DC) y Marvel, iniciaron su pugna por controlar el mundo de los superhéroes –primero en las páginas ilustradas, después en otros medios como el cine, la televisión o los videojuegos.

Se considera que el gran paso del cómic al cine se produjo en 1943 con Batman y Robin, una serie de televisión de 15 capítulos que se proyectaba en cines. Desde entonces, la industria del cine no ha cejado en su empeño de adaptar a ese héroe virtuoso y a la vez defectuoso que es el Hombre Murciélago. Creado en 1939 por el dibujante Bob Kane y el guionista Bill Finger para la casa DC, el alter ego del multimillonario Bruce Wayne ha tenido mil y una encarnaciones, cada una con valores y creencias acerca del bien y la justicia conformes al contexto político y social de su época –habiendo llegado a mostrarse como un violento y cuestionable antihéroe, en determinado momento. Pero esto no solo le ha sucedido a Batman, sino también a otros superhéroes. Y es que este tipo de personajes pueden mostrar ambas caras de la moneda, siendo a la vez héroes y antihéroes… o incluso villanos.

Hay que señalar que este subgénero cinematográfico, el de los superhéroes, también es responsable de impulsar el desarrollo tecnológico de la industria, fomentando la innovación en los efectos especiales, el tratamiento de la imagen y la aplicación del digital y el 3D, todo para ofrecer cintas cada vez más espectaculares que mantengan boquiabierto al público. Algo que, en el caso de quien escribe, suele tener efecto. Y apoyándose en potentes campañas de marketing que causan verdadero furor, sobre todo entre los más jóvenes, la industria también ha sabido desarrollar todo un comercio de productos relacionados con los personajes de estas películas y series, que le reporta un retorno económico nada desdeñable. ¿Qué niño o niña no quiere tener el traje de Spider-Man, la capa de Batman o una muñeca de la Viuda Negra?

Ante esto, cabe preguntarse si los «valores universales» asociados a los héroes son algo más que una mera excusa que oculta intereses comerciales. Mi hijo Alex, de 24 años, cinéfilo y fan declarado de Marvel, me asegura que el objetivo principal de estas cintas es ofrecer entretenimiento y evasión, aunque admite que en ocasiones uno puede verse identificado con algún rasgo del protagonista. Sus amigos opinan de forma parecida. Y si están en lo cierto, si no hace falta asumir como positivos o valiosos los valores de ningún héroe para disfrutar de estas películas, la pregunta que me surge es: ¿qué buscamos en estos personajes? Porque nuestros favoritos no son necesariamente los que más o mejor hacen el bien, los que luchan por los demás, los justos y generosos que usan sus superpoderes en favor del próximo. Por contra, muchas veces preferimos al antihéroe: ese personaje que en un momento de su vida fue héroe, pero al que las circunstancias empujaron «al otro lado», adquiriendo una ética y una moral ambiguas, fuera del sistema, y adoptando métodos al límite de lo legal: en resumen, personajes que, en pos del bien, serían capaces de hacer el mal. Y hay quien directamente se alinea con el villano; sobre esto, solo reconoceremos que los malos y las malas también pueden resultar fascinantes cuando se los muestra como protagonistas.

Maribel Verdú como la madrastra malvada de Blancanieves (Pablo Berger, 2012).

Para hacerme una idea de estas preferencias en mi entorno, he preguntado por sus héroes, antihéroes y villanos favoritos a familiares y amigos con edades comprendidas entre los 10 y los 65 años. En resumidas cuentas, he constatado que los más pequeños se decantan por héroes de Marvel como los Vengadores, Iron Man o Viuda Negra, o bien por mutantes de los X-Men como Mística o Emma Frost. Entre los veinteañeros también triunfa Marvel: Iron Man y Spider-Man son los preferidos, y les siguen Lobezno, Thor y Hulk –aunque también destaca el Máximo de Gladiator (Ridley Scott, 2000). Aunque los más mayores optan por las encarnaciones cinematográficas de grandes personajes históricos, como Alejandro Magno, Madame Curie u Oskar Schindler, en la mayoría de casos confiesan que su héroe de referencia no es otro que James Bond (y algunos se atreven a declarar a Daenerys Targaryen, de la serie Juego de tronos, como su favorita).

En cuanto al reverso tenebroso del heroísmo, el antihéroe preferido por los pequeños y por los jóvenes es Venom, aunque los últimos también mencionan personajes de oscura comicidad como Joker o Deadpool, añadiendo también al Loki de Marvel y a Blade, el cazador de vampiros afroamericano. Los mayores siguen optando por personajes históricos cuestionables, como Atila o María Tudor, aunque alguno señala como preferido a Megamind, protagonista de la película homónima de DreamWorks. Y en la categoría de malos malísimos, los pequeños aúpan a Cruella de Vil y a Harley Quinn (aunque hoy ambas pueden ser consideradas tan villanas como antiheroínas), mientras que los jóvenes destacan a Joker y Loki (en sus facetas de villano puro), así como a Thanos y al Doctor Octopus, archienemigos de los Vengadores y de Spider-Man, respectivamente.

De nuevo, los mayores optan por la historia más literal y señalan a Adolph Hitler como villano «de libro», aunque también mencionan al Gordon Gekko de Wall Street (Oliver Stone, 1987) y a malas animadas como Maléfica o la Reina de Blancanieves. Con todo esto mi intención no es otra que invitar a la libre reflexión sobre los valores que el cine nos transmite o podría transmitir a través de sus héroes, antihéroes y villanos –y sobre el posible aprovechamiento que dichos valores pueden tener en nuestros niños y jóvenes. Si, como se sostiene desde Platino Educa, el cine –todo el cine– es una herramienta potencial para el aprendizaje y la formación, debemos estar muy atentos a lo que estos éxitos de taquilla nos están contando o queriendo contar. Sin que esto impida, por supuesto, que nos lo pasemos bien preguntando a nuestro alrededor: ¿cuál es tu héroe, antihéroe y villano favorito?

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