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Autor/a: Platino Educa
Entrevista: Maite Alberdi (‘La memoria infinita’)
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Con motivo del Premio Forqué 2023 a Mejor Película Latinoamericana concedido al documental La memoria infinita (cuyo tráiler puedes ver aquí), Platino Educa ha tenido el placer de entrevistar a su directora, guionista y productora, Maite Alberdi (Santiago, 1983).

Hace un par de años, la cineasta chilena ya nos sorprendió con la genial
El agente topo, ganadora de los Premios Platino a Mejor Documental y al Cine y Educación en Valores, así como nominada al Premio Forqué y al Premio Goya a Mejor Película Iberoamericana, y también al Premio Oscar a Mejor Película Internacional.

Y ahora, con la vista puesta en el estreno de
La memoria infinita en salas españolas (el 12 de enero), Alberdi nos explica cómo se enfrentó al desafío de contar la historia de Augusto Góngora, fallecido en mayo de 2023, y de su pareja, Paulina Urrutia, en su lucha por sobrellevar la enfermedad de Alzheimer que padeció el primero.

PLATINO EDUCA: ¿Qué supone para ti ganar el Premio Forqué 2023 a Mejor Película Latinoamericana?

MAITE ALBERDI: Fue muy importante y significativo. Viniendo de la industria española, creo que lo sentí como un premio no solo a la película, sino a toda una historia que he ido construyendo en esta industria a través de las anteriores películas, gracias a la cual esta ya la estrenamos en salas de público. Siento esa relación y ese cariño de España, y por eso agradezco tanto el premio.

PE: La memoria infinita tiene dos protagonistas, Augusto Góngora, fallecido en mayo de 2023, y su pareja, Paulina Urrutia, quienes luchan por sobrellevar la enfermedad de Alzheimer que padece el primero. ¿Quiénes son y cómo llegaste a ellos?

MA: Augusto Góngora fue un periodista muy importante en Chile, del ámbito de la cultura, que durante la dictadura hizo noticieros clandestinos. Paulina Urrutia es una actriz de cine, televisión y teatro muy famosa en el país, además de haber sido la primera ministra de Cultura. Ambos han sido rostros importantes de la cultura chilena, asociados sobre todo al retorno a la democracia. Yo admiraba sus carreras, aunque les conocí por casualidad. Coincidí con Paulina en la universidad, donde ella trabajaba, y vi que llevaba a Augusto a las clases y reuniones. Era la primera vez que yo veía a una persona con Alzheimer tan integrada, porque en general veo a las personas con demencia aisladas del mundo, o invisibilizadas. Sentí que esa era la forma de cuidar a alguien, en grupo. Todas las personas que trabajaban con Paulina la ayudaban. Me pareció un gran ejemplo, y por eso les invité a hacer la película.

La memoria infinita (Maite Alberdi, 2023)

PE: Durante la producción estalló la pandemia de la COVID-19 y delegaste parte de la grabación en la propia Paulina. ¿Cómo viviste ese desafío creativo?

MA: El mayor reto de la película fue entender cómo había que representar a estos personajes. El desafío de cada documental es acomodar mi estilo de cineasta a los personajes que grabo. En este caso, contaba no solo con materiales grabados por mí, los cuales se habrían quedado cortos para ilustrar y entender quiénes eran los protagonistas y su relación de amor. Por eso considero que la película acaba siendo un relato coral, donde nos vamos pasando la cámara mano en mano: Augusto grabó material en los años ochenta y noventa, Paulina durante la pandemia, yo en diversas ocasiones… Se trataba de contar una historia que abarca veinticinco años. Yo llego durante la etapa final de Augusto, pero la película representa todas las etapas anteriores de la relación entre él y Paulina. La pandemia fue una gran obstrucción porque yo no podía ir a filmarles; llegué a pensar que la película se acababa ahí. Pero finalmente Paulina tomó la cámara; quería tener un testigo de lo que estaba viviendo. Ella decidía lo que grababa, cuando así lo quería o necesitaba. Yo no le pedía nada, era su ‘diario pandémico’. Fuimos compañeras en un momento en que ella estaba muy sola.

PE: Tus películas suelen retratar la intimidad de personas particulares para aludir a realidades sociales que nos tocan a todos. ¿Cómo surgió la idea de relacionar la memoria de Augusto Góngora con la de Chile?

MA: Creo que es algo que descubrí con el tiempo, porque al principio yo solo iba a hacer un relato sobre el presente de Augusto y Paulina. Me di cuenta de que había cosas que él siempre recordaba, y entre ellas estaban sus dolores históricos, los relacionados con la memoria política del país. Por ejemplo, cuando grabé la escena en la que Augusto se acuerda de su amigo, al que perdió durante la dictadura, y narra cómo murió degollado y se pone a llorar. En ese momento, él ya no era capaz de describir bien lo que había hecho el día anterior, pero sí recordaba perfectamente ese dolor histórico. Ahí me di cuenta de que la emoción no se olvida, de que los dolores y los amores permanecen. Esa era la memoria emocional que había que reconstruir para poder contar la memoria política en otro nivel de la película. En estos tiempos en los que se habla tanto de memoria histórica, y en los que preocupa tanto contar los hechos, los sucesos, pienso que es importante narrar es la emoción y el dolor. Es eso lo que nos conecta con la historia y lo que queda de ella, finalmente. Los hechos se te pueden olvidar, o pueden manipularlos, o las generaciones posteriores pueden verlos como algo muy distante. Por eso es importante recordar el dolor de la historia, para que esta permanezca y no resulte indiferente.

PE: Esto enlaza con la pandemia de la COVID-19, que hoy nos puede parecer lejana y superada.

MA: En la película se oye la radio anunciando el número de personas que mueren cada día por la COVID-19. Creo que durante la pandemia nos sometimos a un contador de muertos, que acababa siendo solo eso, un número. Cuánto dolor había detrás de esos números, cuántas historias, cuántas imágenes que no vimos. Y después, rápidamente, se nos olvidó la pandemia. Pero tenemos que narrar el dolor de esas pérdidas. Por eso se me planteó la necesidad de recurrir al relato histórico. Puede parecer paradójico que Augusto, que trabajó por conservar la memoria del país, acabe perdiendo la suya. Pero finalmente no la pierde, porque no pierde lo trascendental sino solo lo que la sociedad valora como memoria, que es la memoria racional.

PE: ¿Qué aprendiste sobre lo que es vivir y convivir con Alzheimer al hacer el documental?

MA: Entre otras cosas, que la memoria emocional permanece y que tenemos que aprender a valorarla. Pero también que el Alzheimer no es necesariamente una tragedia, que también puede presentarse como un desafío en ciertas etapas. Y que durante algunos años se puede vivir bien con la enfermedad si tienes amor y cariño a tu alrededor. Nos hemos acostumbrado a ver y a contar el Alzheimer como un drama, pero en La memoria infinita vemos una historia de amor cuyo balance final es luminoso. Es una oda a la buena vida, a la vida vivida con amor. Obviamente hay momentos terribles, pero estos conviven con otros que son lo contrario. También aprendí que no hay reglas para el Alzheimer. Me leí todos los manuales sobre la enfermedad, pero Augusto no encajaba con ninguno. Te dicen, por ejemplo, que las personas con Alzheimer se ponen agresivas, pero en este caso no vi nada de eso. Es cierto que Augusto tiene la suerte de contar con una cuidadora que es, además, testigo de toda su historia, y que cada vez que se olvida de algo se sienta con él para ayudarle a recordarlo. Eso es lo que necesitamos, cuidados con cariño y, si es posible, también con humor. De hecho, la gente se ríe mucho al ver la película, por el humor y la conciencia que tiene el propio Augusto de estar perdiendo la memoria.

La memoria infinita (Maite Alberdi, 2023)

PE: Por último, ¿qué piensas sobre el valor educativo del cine iberoamericano?

MA: En general, creo que el cine debería tener una rama en las escuelas. Porque, como decíamos antes, se trata de narrar desde la emoción. Los conocimientos permanecen en la medida en que los sientes y los vives, pero no si solo es información que recibes y memorizas para luego repetirla. La gracia del cine es que es una fábrica de experiencias y uno aprende precisamente desde la experiencia, no de la exposición de contenidos. La cinematografía iberoamericana aborda todas las problemáticas sociales de Latinoamérica, y la mejor forma de comprender esas realidades es a través del ejemplo. Esa relación entre el cine y la educación es algo que no solo tienen que entender los educadores, sino también nosotros, los cineastas. Porque lo que estamos haciendo es ofrecer una forma de conocimiento que tiene que ver con la vivencia. Es una forma de viajar y vivir los lugares y las realidades, y por eso no se olvida.


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