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«Me llamo María y yo también quiero ser corresponsal de guerra»


«Los soldados vuelven de la guerra con remordimientos.
Los periodistas solo con malos recuerdos
».

David Jiménez
El corresponsal (Planeta, 2022)


Un estudio del Instituto Reuters realizado en 2021 halló que, a pesar de que el 40% de los periodistas de todo el mundo son mujeres, solo el 21% de ellas ocupan cargos elevados en la industria de la información. Y no se trata de un asunto menor, pues es en esos puestos donde realmente se ejerce el poder de influencia y de representación –tanto de la organización en concreto como del sector en general–, donde se seleccionan las noticias y se define la línea editorial.

La ONG Reporteros Sin Fronteras considera que ser mujer periodista implica ser blanco de críticas, acosos y ataques. Y es indudable que, en algunos países, la condición femenina representa un peligro adicional para ejercer el periodismo, añadiendo unas restricciones que no sufren los hombres.

Esto es así. Pero si alguien piensa que ser corresponsal de guerra es cosa de hombres, se equivoca de medio a medio. A principios del siglo XX ya había muchas mujeres ejerciendo de reporteras en conflictos bélicos. Mujeres independientes, valientes y tozudas en un mundo de hombres que, igual que estos, arriesgaron sus vidas –y algunas encontraron la muerte en el campo de batalla.

Como ya vimos en la primera parte de este artículo, la historia de la corresponsal del diario británico The Sunday Times Marie Colvin, fantásticamente interpretada por Rosamund Pike en La corresponsal (Matthew Heineman, 2018), es un buen ejemplo de esto. Con su inconfundible parche (perdió un ojo en Sri Lanka), esta versión dramatizada de Colvin nos transmite todo el riesgo, la emoción, los miedos y las soledades de la profesión. La periodista neoyorkina murió por la explosión de un cohete en Homs (Siria), en 2012.

Pero antes que Colvin, muchas mujeres contaron lo que estaba pasando en las diferentes guerras y conflictos –incluso a finales del siglo XIX. Ellas dieron primicias y exclusivas, ejerciendo el periodismo a veces con seudónimos –y otras veces disfrazadas de hombres. Vamos a recordar a algunas.

La periodista Margaret Bourke-White en 1955 (Bureau of Industrial Service).

La primera española es Sofía Casanova (1861-1958), que trabajó para el ABC durante la Primera Guerra Mundial y la revolución rusa de 1917, y que también colaboró con otros medios internacionales. En 1915 llegó a entrevistar en exclusiva a Trotski –todo un hito en aquel momento. Casanova se centraba sobre todo en las historias humanas y en el sufrimiento del pueblo.

Pero es Margaret Bourke-White (1904-1971) la que está considerada universalmente como la primera mujer corresponsal de guerra, siendo también la primera en informar desde el campo de batalla durante la Segunda Guerra Mundial –y a entrar en un campo de concentración nazi.

Martha Gellhorn y Hemingway en 1941, con el General Yu Hanmou en Chongqing, China (JFK Library).

Martha Gellhorn (1908-1998) informó sobre la Guerra Civil española y se casó con Ernest Hemingway mientras ambos escribían sus crónicas de guerra. Cabe señalar que no acabaron muy bien y que se establecieron fuertes rivalidades entre ambos por sus respectivos escritos.

Gerda Taro (1910-1937) tuvo que utilizar el nombre de su célebre compañero Robert Capa como seudónimo para firmar sus fotos de la Guerra Civil española. Fue la primera fotoperiodista en morir en combate, precisamente en Brunete
(Madrid).

Fotografía tomada por Gerda Taro durante un entrenamiento de mujeres para las milicias republicanas de la guerra civil española (ICP).

Gerda Taro (1910-1937) tuvo que utilizar el nombre de su célebre compañero Robert Capa como seudónimo para firmar sus fotos de la Guerra Civil española. Fue la primera fotoperiodista en morir en combate, precisamente en Brunete
(Madrid).

Marguerite Higgins (1920-1966) fue la primera mujer en ganar el premio Pulitzer en 1951 por una foto tomada en la guerra de Corea. También cubrió la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Vietnam y la guerra civil del Congo, entre otros conflictos.

Marguerite Higgins en la portada de la revista Life de octubre de 1951 (Carl Mydans).

Clare Hollingworth (1911-2016), que murió la pasada década con 105 años, fue vetada para cubrir la guerra de África por ser mujer. No obstante, en 1939 fue contratada por el editor de The Daily Telegraph y cubrió conflictos en Europa, África y Asia. Se la conoce como la reportera que anunció la Segunda Guerra Mundial de esta forma: «Mil tanques reunidos en la frontera polaca, diez divisiones listas para dar un rápido golpe».

Janine di Giovanni (1976) ha cubierto la guerra de los Balcanes, el genocidio de Ruanda y las guerras en Somalia, Costa de Marfil y Sierra Leona. Su trabajo destacó en los años 80 mientras cubría la primera intifada palestina. Ha producido y protagonizado documentales como 7 días en Siria (Robert Rippberger, 2015) o Bearing Witness (Bob Eisenhardt, Barbara Kopple y Marijana Wotton; 2005).

Carmen Sarmiento recibió el premio Clara Campoamor en 2017 (Diario de Madrid).

La española Carmen Sarmiento (1944) cubrió el derrocamiento del emperador Haile Selassie en Etiopía, así como golpes de estado en Portugal, Argentina, Isla de Granada o Ghana. También fue corresponsal de guerra en Centroamérica a lo largo de la década de los 80. Ha dirigido más de medio centenar de documentales.

Por su parte, el cine también se ha hecho eco de la figura de la corresponsal de guerra. Además de la mencionada La corresponsal, sugiero volver a ver Leningrado (Aleksandr Buravsky, 2009). Durante la terrible batalla de 1941, cuando los alemanes asedian la ciudad rusa y los periodistas extranjeros son evacuados, una reportera, Mia Sorvino pierde el avión y comienza así una lucha por su supervivencia y la de otras personas cercanas –entre ellas, dos niños.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la neoyorkina Lee Miller cubrió para Vogue los bombardeos de Londres, la liberación de París y los campos de concentración de Buchenwald y Dachau (U.S. Army Center of Military History).

En un registro muy diferente encontramos la comedia Reporteras en guerra (Glenn Ficarra y John Requa, 2016): una adaptación de las memorias de Kim Barker, que narra sus primeros años como periodista en Afganistán y Pakistán en 2020 –y el enorme desafío de ser mujer en estas zonas.

En líneas generales, un corresponsal de guerra debe ser ecuánime… pero en ocasiones se acaba tomando partido por uno de los bandos combatientes. En Bajo el fuego (Roger Spottiswoode, 1983), de la que ya hablamos en la primera parte de este artículo, la periodista que interpreta Joanna Cassidy y el fotógrafo encarnado por Nick Nolte se ponen del lado de la guerrilla y fabrican, además, fake news: fotografían al líder guerrillero muerto como si estuviera vivo para seguir los planes de la guerrilla sandinista durante los últimos días del régimen de Somoza en Nicaragua. La historia está basada en hechos reales, aunque no he podido contrastar que esta fotografía se tomara en la realidad.

En Las flores de Harrison (Élie Chouraqui, 2000), el papel femenino es otro distinto. La esposa de un reportero americano que estaba cubriendo la guerra de Yugoslavia, y que ha sido dado por muerto, no se resigna y va en su busca. Con otros corresponsales, amigos de su marido, recorre el campo de batalla y conoce en primera persona las atrocidades de la guerra.

En la guerra que a Ucrania le ha tocado vivir actualmente, los rostros y las voces femeninas han inundado los medios de comunicación españoles. Protegidas con casco y chalecos antibalas, se pasean delante de nosotros por casas y calles destruidas, para acercarnos a los ciudadanos que encuentran por allí y que estos nos cuenten cómo están, lo que han perdido o cómo está siendo el éxodo de familias y niños.

¿Tienen más sensibilidad las mujeres para acercarse a las historias humanas? ¿Pueden ofrecer un prisma, un punto de vista diferente al acostumbrado? Si algún productor o productora se anima, tenemos ante nosotros material y argumentos de sobra para varios largometrajes.


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